Friday 17 October 2014

Sobre la Distinción Analítico/Sintética y la Circularidad de la Justificación

El Austroliberal, Birmingham 18 de Octubre de 2014, por Jorge A. Soler Sanz.

En Two dogmas of Empiricism Quine parte de la idea de que el empirismo moderno ha sido condicionado en parte por dos grandes dogmas que para él están mal fundados. El primero de estos dogmas consiste en asumir que existe una clara distinción entre lo analítico y lo sintético en el sentido de enunciados que son verdaderos al margen de la experiencia, los primeros,  y enunciados que lo son sobre la base de lo observable en el mundo, los segundos. El segundo dogma es pensar que todo enunciado significativo lo es  sobre la base de constructos lógicos que se refieren de forma inmediata a la experiencia (reduccionismo).[i] En lo que atañe a esta discusión, sólo nos ocuparemos del primero de estos "dogmas" dejando el segundo para una ulterior elucidación.


Como el empirismo siempre ha mantenido que todo tipo de conocimiento se basa en la experiencia, esta afirmación debe de incluir el conocimiento que tenemos de las verdades matemáticas. Siguiendo a Carnap, personalmente creemos que los racionalistas han tenido razón a la hora de rechazar el viejo empirismo de que 2 + 2 = 4 es una verdad contingente que depende de la observación de los hechos observables. Esto nos lleva a la idea de que una verdad aritmética pueda ser refutada mañana si descubrimos nuevos datos que la contradigan. Esto no es así. Las verdades de la lógica y las matemáticas no necesitan de confirmación por medio de las observaciones porque no dicen nada del mundo. Una verdad analítica siempre será cierta de forma independiente a lo observado en el mundo, y todas las verdades necesarias (y todas las verdades a priori) son analíticas. Y aquí resulta que la analiticidad es necesaria para explicar la idea de "necesidad" pero no la de sinonimia, que se explica por convención.[ii] [iii] [iv]

En este artículo pretendemos criticar la noción de circularidad en Quine en lo que a la definición de analiticidad se refiere. Según este autor, la distinción analítico-sintética es circular porque, en última instancia, la noción misma depende de la idea de sinonimia, que para Quine requiere de clarificación. La mayor parte del trabajo de Quine se centra en mostrar cómo la definición de sinonimia depende de la noción de analiticidad y necesidad, y ello obliga a regresar recursivamente a la noción de sinonimia en sí. Pero veamos lo que dice el propio Quine al respecto. Según éste los enunciados analíticos del tipo

(1) Ningún hombre no casado es un hombre casado.

sólo pueden sustituirse por enunciados del tipo

(2) Ningún soltero está casado

recurriendo a la sinonimia, es decir, sustituyendo sinónimos por sinónimos. De esta manera, el enunciado (1) puede transformarse en el enunciado (2) si sustituimos "hombre no casado" por "soltero." Quine prosigue en esta línea preguntándose cómo llega uno a la conclusión de que los solteros son hombres no casados. ¿De quién depende definir esto así y en qué momento se hizo? En palabras de Quine:

¿Tenemos que apelar aquí al primer diccionario que tengamos y mano y aceptar la definición del lexicógrafo como ley? No cabe duda de que esto sería como poner el carro delante de los bueyes. El lexicógrafo es un científico empírico cuya función consiste en la recolección de hechos pasados; y si éste define "soltero" como "hombre no casado" es por la creencia de que se da una relación de sinonimia entre tales formas de forma implícita o en función de los usos preferidos anterior a su propio trabajo. La noción de sinonimia que aquí se presupone aún tiene que ser clarificada, de forma presumible en términos que la relacionen con el comportamiento lingüístico. No cabe duda de que la "definición" de la que depende el informe del lexicógrafo sobre la sinonimia observada no puede tomarse como justificación de la sinonimia.[v]

La objeción que se puede dar a un argumento como este es la siguiente. Sólo alguien que fuera sumamente ignorante trataría si quiera de verificar un enunciado analítico verdadero por recurso a la experiencia. A alguien se le podría ocurrir en verdad diseñar algún tipo de encuesta para poder determinar si los solteros que viven en su entorno son hombres casados o no casados. En caso de que no pudiera encontrar a ninguno que así lo fuera, quizás podríamos decir que llegó a determinar la verdad de un enunciado analítico a posteriori. Pero la pregunta que deberíamos realizar aquí es ¿cómo llegó a identificar este a los solteros en primer lugar para realizar su encuesta sin hacer referencia alguna a su estado marital? Es decir, que para poder realizar esta encuesta, no puede ser de otra forma, el investigador que así actuara necesita tener una noción de soltería sin atributos, y si ello es así, resulta que no podrá identificar por la calle a soltero alguno para realizar su encuesta, pues no sabría de antemano qué características habrían estos de tener.

La mejor manera de explicar este marco epistemológico es mediante la siguiente tabla que señala las distintas formas que tenemos de aprender cosas sobre el mundo propuesta por Kant.

Tabla 1

A posteriori
A priori
Analítico
A
B
Sintético
C
D

Según Kant los enunciados del tipo A son contradictorios y, por ello, sólo discute los otros tres, es decir, B, C y D. Este absurdo ya ha sido puesto en evidencia en el ejemplo anterior donde nuestro científico social trata de aprender a posteriori el sentido de y alcance epistemológico de los enunciados de tipo analítico. Aquí huelga de decir que esto es así por la forma que tiene el hombre de aprender el lenguaje. Es la prescripción, aunque le pese a Quine, la que nos dicta aquí que la palabra "perro" debe entenderse de tal forma que pueda ser traducida por la palabra "dog" en inglés. Estas palabras las aprendemos a partir de la experiencia, pero el enunciado "perro = perro" es un enunciado analítico. Y esto nos lleva a los enunciados del tipo B, que vienen definidos por ejemplos del tipo ya mencionados, es decir, "los solteros son hombres no casados," o "las vírgenes son mujeres que nunca realizaron el acto sexual." Estas verdades analíticas a priori son necesariamente verdaderas una vez nos damos cuenta del significado de estás palabras, pues negarlas implica una auto-contradicción. Quizás convenga recordar aquí la definición de Kant que dice que un enunciado analítico es un tipo de enunciado en el que el predicado se halla contenido en las premisas o sujeto del enunciado en cuestión, luego negar este tipo de enunciados implica no haber comprendido bien el significado de alguno de sus términos.[vi]  

Una característica obvia de este tipo de enunciados es que no nos dicen nada sobre el mundo. Una vez que comprendemos el significado de estos enunciados podemos asumir a su verdad sin la necesidad de tener que recurrir a la experiencia. En cuanto a C, parece que no presentan mayor problemas. Cualquiera puede descubrir en función de la experiencia que los cuerpos caen, que los animales con corazón también disponen de riñones, o que el fuego todo lo consume. Y sin embargo, a los efectos oportunos, los únicos enunciados que parecen presentarse con algún tipo de problemas son los del tipo D, es decir, los sintéticos a priori. Y la razón de ello es por la noción que el término "sintético" introduce en este tipo de enunciados. Es decir, que se trata de enunciados que no pueden negarse desde un punto de vista lógico y cuya verdad no puede extraerse sólo de la experiencia. Tal y como dice Walter Block:

Al no tratarse de enunciados que se basan en observaciones empíricas, tampoco podrán ser falsados recurriendo a la experiencia. Se trata de verdades apodícticas, por su propia naturaleza que sin embargo se refieren de forma íntima al mundo real.[vii]

Con respecto al estatuto ontológico de este tipo de enunciados (sintéticos a priori), existen dos escuelas de pensamiento. Por un lado tenemos a la escuela austriaca, que nos basamos en los escritos de Hoppe, Mises, Rothbard, etc., y por el otro se encuentra el positivismo lógico de la escuela de Viena. Con respecto a esta última escuela la postura puede resumirse como sigue. Un enunciado o bien se aplica al mundo real y en principio es falsificable o verificable por los datos, o no es falsificable o verificable con respecto a la experiencia y, por lo tanto, no nos informa sobre el mundo. Sin embargo, tal y como ha hecho ver Hoppe[viii] esta noción de partida es en sí misma contradictoria, pues si se trata de una mera afirmación empírica, sólo podrá conocerse de forma tentativa y probabilística, pero si se trata de una certeza, entonces no se refiere al mundo real y, por lo tanto, deberá de ser descartada.

Sea el siguiente ejemplo. El enunciado "John estaba en NY a las tres de la tarde almorzando con su novia en el Hilton Plaza," no cabe duda, es de naturaleza sintética, pues en este caso no podemos saber de forma a priori si se trata de una proposición verdadera o falsa. La única forma de saberlo es aplicando este u otro criterio de verificación empírica sobre la base de criterios teóricos dados (supongamos aquí que John fue grabado a la entrada y a la salida por las cámaras de seguridad o que tenemos varios testigos del almuerzo). Según la tesis positivista, la proposición "Alicia fue apuñalada por John a las 6 de la tarde en Los Ángeles" carecería de todo sentido empírico al no poder testearse en función de la experiencia y, por lo tanto, carecería de peso legal a la hora de probar la inocencia de John frente a un tribunal que le acusara. Y, sin embargo, esto no es así. Si partimos de la verdad del primer enunciado, en base a las leyes del silogismo, podemos inferir de forma apriorística que John no pudo apuñalar a Alicia, pues ello contradice el principio lógico que dice que dos cuerpos no pueden ocupar espacios distintos al mismo tiempo. O bien John se encontraba apuñalando a Alicia en los Ángeles a las 6 de la tarde, o bien éste se encontraba cenando con su novia en NY. Estas dos proposiciones no pueden ser verdaderas al mismo tiempo.

Si Quine tiene razón, y la demarcación entre lo analítico y lo sintético no es del todo clara, pues no se puede trazar una línea tajante entre los enunciados de un tipo y los del otro, existirían criterios teóricos de testeo en función de los cuales se podría valorar el valor de verdad empírico de este tipo de proposiciones, y ello no es así. Para que Quine tuviera razón, los enunciados analíticos puros del tipo A = A, que expresan relaciones de identidad, deberían poder testearse en lo real, y ello no parece posible, ¿pues qué tipo de criterios deberíamos de adoptar a la hora de poner a prueba tales enunciados? O expresado de otro modo. Si no se puede trazar un distinción clara entre lo analítico y lo sintético, los enunciados del primer tipo deberían poder informarnos sobre lo real, y ello no es así. A = A simplemente es una tautología, y en cuanto tal, no nos dice nada, ni nos informa de propiedad alguna, sobre el mundo.

Siguiendo a Paul Grice y P. F. Strawson,[ix] decir que A es epistémicamente analítico en cuanto a T es lo mismo que decir que el conocimiento que T tiene del significado de A sirve por sí mismo a la hora de justificar A, de tal forma que, no se requiere de ningún tipo de soporte empírico. Y aquí no parece que una semántica que cumpla un papel conceptual nos pueda proporcionar con un modelo que nos permita saber cómo ello pudiera ser posible. Pues si asumimos como verdaderos los datos relevantes, podríamos argumentar de la siguiente manera:   

1. Si C significa lo que significa, entonces A tiene que ser válido, pues el significado de C es precisamente eso que hace que A sea válido.
2. C significa lo que significa.
por lo tanto
3 A. es válido

Que "soltero," significa "hombre no casado" no expresa una relación de necesidad, sino de "convención" tal y como hemos explicado antes. Es sólo cuando uno conviene que los dos términos son sustituibles entre sí al tratarse de sinónimos, que la relación analítica de necesidad aparece en juego en el sentido de A = A. Tal y como ha hecho ver Scott Soames, el argumento circular de Quine sólo se sostiene si se asume al mismo tiempo las dos tesis centrales del positivismo lógico. Es decir:

1. Todas las verdades necesarias (y todas las verdades a priori) son verdades analíticas.
2. La analiticidad es necesaria para legitimar y explicar la idea de necesidad.[x]

Es sólo cuando se asume en conjunción estas dos premisas que el argumento de Quine sobre la circularidad de la justificación parece sostenerse. La noción de necesidad es de hecho presupuesta por la noción de analiticidad. Por otro lado, tal y como ha hecho ver John R. Searle, de las dificultades encontradas a la hora de explicar la idea de analiticidad apelando a un cierto conjunto de criterios dados, no se sigue que la noción misma se presente vacía de contenido.[xi] Si se tiene en cuenta la forma que se tiene de proceder a la hora de poner a prueba un conjunto dado de criterios dados, es decir, por medio de comparar su extensión en relación con el conjunto de enunciados analíticos, de ahí se seguiría que cualquier explicación que se quiera dar sobre la noción de analiticidad misma ya presupone el hecho de que tal noción se encuentra a nuestro alcance, pues es lo que opera sobre la base cuando realizamos este tipo de operaciones. En palabras de Searle:

La sinonimia se define como sigue: dos palabras son sinónimas si y sólo si éstas tienen el mismo significado; y la analiticidad se define de la siguiente manera: un enunciado es analíticos si y sólo si éste es verdadero en función del significado o por definición. Tales definiciones son las que uno daría a alguien que fuera sumamente ignorante de lo que significan estas palabras y lo que uno quiere saber. Sin lugar a dudas, desde un punto de vista pedagógico, éstas deberían dársele a los estudiantes mediante ejemplos para que estos puedan dominar la técnica del uso de las palabras. Pero el criterio que hemos dado resulta bastante claro: si uno quiere saber si dos palabras son sinónimas entre sí sólo hace falta preguntarse por el significado de las mismas. Si alguien quisiera saber si un enunciado es analítico es necesario preguntarse si el mismo es verdadero por definición o en función de su significado.[xii]  

La noción de necesidad, por lo tanto, no es necesaria para explicar la idea de sinonimia. La pregunta "A significa B" es de distinta naturaleza que la pregunta "A implica B." Mientras que lo primero se determina en función de la sinonimia y el significado al que apuntan esos términos, lo segundo depende de la introducción del operador condicional "si." De esta manera, si "A" significa "soltero," entonces, de manera "necesaria," un hombre soltero es un hombre casado. La prueba de ello es una negativa, y consiste en negar tal intuición. Es porque no nos podemos imaginar un mundo donde los hombres solteros sean hombres casados que la proposición inicial debe de ser aceptada.

Un problema que salta aquí a la vista ha sido puesto de manifiesto por Langford (1942) y More (1942 [1968], pp. 665–6) y comentado por Rey Georges en The Analytic/synthetic Distinction.[xiii] ¿Qué utilidad puede tener un análisis si sólo consiste en proveer de definiciones a determinadas expresiones? Si la función del análisis ha de consistir en esto, entonces su función consiste en proveernos de sinónimos, lo cual es del todo banal y superfluo, pues ello no aporta información alguna. Si "nieto" se analiza como sinónimo de "el hijo de mi hijo," entonces pensar en lo uno no debe diferir en lo fundamental de pensar en lo otro. ¿Cómo podría tal cosa contar como una función analítica? Con esto se acaba en la así llamada "paradoja del análisis," donde un significado es claro y distinto si y sólo si uno puede pensar uno sin pensar el segundo, tal y como ocurre con las ideas de "lucero del alba" y "lucero de noche." Si, por el contrario, uno no puede obrar así y las definiciones preservan el mismo significado, siempre que uno piense el definiedum habrá de pensar el definiens.[xiv]

Conclusión.

Un enunciado es analítico si es verdadero en función de su significado, mientras que un enunciado es sintético si resulta imposible determinar su valor de verdad sin recurrir a la experiencia. De esta manera, "los solteros son hombres no casados," es un enunciado del primer tipo, pues es posible asumir a la verdad de lo enunciado en función del significado de los términos empleados sin la necesidad de recurrir a la experiencia, mientras que "algunos solteros son doctores," es un enunciado sintético pues lo afirmado en el predicado no se halla presente en el sujeto de la oración (los hombres solteros). La circularidad a la que apunta Quine, por lo tanto, es sólo aparente. Para romper este círculo vicioso sólo hay que concluir que la idea de "necesidad" es necesaria para explicar la noción de "analiticidad," pero no la de "sinonimia," que se explica por convención. De tal manera, si "soltero" significa "hombre casado," entonces resulta que el enunciado "los solteros son hombres casados," es un enunciado de tipo analítico, pues lo segundo "implica" necesariamente lo primero.





[i] Willard Van Orman Quine; Two Dogmas on Empirism.
[ii] Rudolf Carnap, Autobiography: §10: Semantics.
[iii] Jerrold J. Katz (2000). "The Epistemic Challenge to Antirealism." Realistic Rationalism. MIT Press.
[v] Ibid
[vi] Inmanuel Kant; Critique of Pure Reason.
[vii] Walter Block, Realism: Austrian VS. Neoclasical Economics, Reply to Caplan.
[viii] Ver Hoppe (1988, 1992, 1997).
[ix] H. P. Grice and P. F. Strawson (April 1956). "In Defense of a Dogma". The Philosophical Review.
[x] Scott Soames (2009). "Evaluating the circularity argument". 'Philosophical Analysis in the Twentieth Century, Volume 1 : The Dawn of Analysis. Princeton University Press. p. 360.
[xi] Searle, John R. (1969). Speech Acts: An Essay in the Philosophy of Language. Cambridge University Press.
[xii] Ibid.
[xiii] Rey, Georges. "The Analytic/Synthetic Distinction The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2010 Edition). 
[xiv] Véase Bealer 1982, Dummett 1991, y Horty 1993, 2007, para una discusión por extenso sobre este problema.

Saturday 11 October 2014

La Empresa Comunitaria

La Empresa Comunitaria



Las implicaciones Sociales y Medioambientales Relativas a la Administración de la tierra como un Bien del Capital.








Spencer H. MacCallum[1]
<sm@look.net>





The Journal of Libertarian Studies
Vol. 17 No. 4 / Fall 2003
Ludwig von Mises Institute
www.mises.org/journals.asp

 

















Se escucha mucho a la gente preocuparse por la conservación del medio ambiente, pero nadie habla mucho de crearlo. ¿Por qué no manufacturarlo competitivamente y venderlo en el mercado como cualquier otro producto o servicio, e incluso dotarle de servicios al cliente? De hecho, eso es exactamente lo que se está haciendo. El diseño medioambiental es relativamente nuevo, pero sus fabricantes están ahí, y no cabe duda de que se verá mucho más en el futuro.

Para explicar esta propuesta, permítaseme primero identificar una estructura de incentivos más bien reciente y que sólo está ganando un reconocimiento explícito en la industria inmobiliaria. Después, señalaré una corriente empírica de mercado que lleva ya doscientos años al uso. A  la luz del surgimiento de unas estructuras de incentivos, esta corriente histórica posee implicaciones inesperadas de largo alcance.

Da igual que la estructura de incentivos que estoy a punto de describir se halle en su infancia, pues en asuntos relativos al progreso social siempre es la corriente, y no la etapa en la que se encuentre, lo verdaderamente significativo. Pero antes de seguir el rastro a la lógica de esta estructura de incentivos, se requiere que defina un término clave que usaré a continuación. Por el momento hablemos de la tierra como algo abstracto.

La Tierra como Concepto Económico

Estamos acostumbrados a concebir la tierra como algo físico; y la describimos como algo claro, rocoso, fértil o no productivo. Pero aquellos que se dedican a este negocio dicen que el valor de la tierra viene determinado por tres factores: el lugar, el lugar y el lugar. Tiene sentido desde un punto de vista económico, por lo tanto, valorar la tierra, no como algo físico, sino como lugar, y además un lugar especial que tiene que ver con las coordenadas geofísicas sólo de forma incidental. Así definida, la tierra es intangible, algo siempre cambiante, que nunca viene limitada por la oferta.

Estamos hablando del lugar con respecto a todas y cada una de las cosas que componen su entorno, tanto de lejos como de cerca, presentes o anticipadas, que tienen alguna relevancia en relación con el uso que se le quiera dar. Esto deja fuera las características del entorno mismo, tal como la presencia o ausencia de minerales de uso, la tierra, el agua, o las construcciones de mejora. Lo que nos interesa es eso que envuelve al lugar, no lo que se encuentre en el mismo. Lo cierto es que, tras haber dicho esto, los atributos físicos de un sitio pueden influenciar los usos de tierras colindantes, y en la misma medida y alcance su entorno, de ahí que tengan un valor. Pero a excepción de eso, los atributos físicos antes mencionados pueden ser comprados, vendidos, alterados o removidos del lugar sin afectar a su ubicación tal y como nosotros la entendemos.

Bajo este punto de vista, lo que realmente venden los propietarios de tierras (eso que le da su valor) es su lugar con respecto a un entorno específico en el lugar o momento en consideración, presente o futuro. Un lugar que se defina meramente a partir de sus coordenadas geofísicas sin referencia al entorno es imposible de valuar; éste sólo es demandado en la medida en que sus entornos tenga algún tipo de relevancia con respecto al tipo de actividades que se pretenda desarrollar. Un posible hogar familiar comienza a tener relevancia si se encuentra cerca de un colegio, o una mina cuando ésta se encuentra cerca de una línea de ferrocarril que sea accesible para poder transportar los minerales, o un centro de venta al por mayor si hay gente viviendo cerca, por no mencionar los lugares de aparcamiento, redes de servicios y otras muchas cosas más. Cuando compramos o vendemos tierras, por lo tanto, estamos negociando en eso que se denomina derechos de ubicación, el derecho a situarnos nosotros mismos y nuestras actividades de forma estratégica en relación a otras gentes y actividades que se consideran relevantes para nuestro negocio.

En el presente escrito, por lo tanto, "tierra" significa ubicación económica, o lugar que posee un tal uso potencial para alguien como para que ésta tenga un valor de mercado. Aquí debería subrayarse que la "ubicación" así definida y el "entorno" son términos correlativos que se implican entre sí y que carecen de significado por aislado. Si bien resulta práctico definir una parcela de tierra en función de su "extensión y límites," o sus coordenadas geofísicas, al ser estas constantes, su lugar económico y de ahí su valor es algo fluido, que refleja los valores cambiantes lugar/entorno del sitio junto a la subjetividad y situación de los actores. Paul Birch (2002) lo expresa de forma sucinta en términos económicos: "El valor del lugar de una propiedad es sólo la suma de las externalidades dirigidas a esa propiedad a partir de otras propiedades."

La Administración de la Tierra como Capital Productivo

La ventaja inmediata que un propietario puede extraer de su parcela de tierra consiste en el uso directo que éste pueda hacer de la misma, tal y como lo haría un granjero o el dueño de una casa. Sin embargo, esto carece de interés para nosotros. Nuestra preocupación consiste en el tipo de incentivos que un propietario posea para poner su tierra en el mercado (que es lo mismo que decir, para alquilar su uso a otras personas). Si éste vende, entonces se quedará fuera de escena y no cabe duda de que carecerá de todo interés en esta discusión. Pero si opta por alquilarla a otros reteniendo la titularidad sobre la misma, éste podría quedarse en escena durante mucho tiempo. Él no podrá usar la tierra para sí mismo, pero estará en una posición fuerte en relación con la posesión y administración de la misma. Aquí la posesión y el uso se desasociarán. Esta es la situación que queremos estudiar (y con más razón si uno dispone de varios arrendatarios). En caso de que se dé un sólo arrendatario, la discusión que sigue a continuación carecerá de todo interés. Pero con varios arrendatarios, ésta comienza a volverse significativa, pues un alquiler de estas características tiene mucho de comunidad.[2]

¿Cuando la propiedad se separa del uso y el dueño ya no dispone del uso directo de la tierra, qué incentivos posee con respecto a la misma? ¿Cómo puede éste maximizar sus ventajas en relación con la misma en el largo plazo? De la única manera en que éste podrá hacerlo es por medio de aportar un valor añadido al lugar para poder obtener una mayores rentas de sus arrendatarios/usuarios presentes o futuros. ¿Y esto qué implica?

Tal y como hemos sugerido más arriba, el uso que se haga del lugar se encuentra facilitado, y en verdad posibilitado, por la idoneidad del lugar para desarrollar la actividad en cuestión. Esta idoneidad depende de lo que la gente esté haciendo en otros lugares, y la actividad propuesta, o la falta de una, por turno afecta al valor de esos lugares creando un proceso sistémico que cambia de forma constante con la cultura cambiante, los individuos y la tecnología. Por medio de modificar los entornos de un lugar (y por lo tanto, su ubicación económica) de tal forma que mejor se adapte a la gama de usos propuestos, el propietario la hace más valiosa para con los presentes o futuros arrendatarios (que en tal caso estarán dispuestos a pagar un precio más alto por la misma).

Lo significativo desde un punto de vista social más amplio es que los propietarios, de forma individual y colectiva (que es gente que se encuentra más especializada en la administración de lugares que en su uso) disponen de un incentivo para optimizar el entorno en relación con los usuarios presentes y futuros, creando valor de mercado en el proceso y ayudando a armonizar el uso de la tierra por toda la comunidad. Estos constituyen, de forma colectiva, la agencia natural de libre mercado del uso comunitario de la tierra, coordinación y planificación. Estos disponen de un incentivo económico para convertirse en promotores medioambientales.  

El propietario de un centro comercial local, por ejemplo, se preocupa por todas las cosas sobre las cuales tenga control dentro del mismo y que tengan relevancia ecológica para el alquiler individual de los sitios, tal y como que haya una combinación adecuada de tiendas para crear una mayor tirada en el área de mercado que se abastezca (teniendo en consideración  los niveles de ingresos, la cultura y las necesidades especiales de ese mercado en particular). Éste también se ocupa de que los gestores de esas tiendas constituyan un equipo de ventas eficiente, que cada uno de ellos se capaz de cooperar de mil maneras, como por ejemplo, participando en promociones conjuntas, la consulta de clientes, el tener buena apariencia, el mantenimiento de horarios normales, o la alerta mutua y sin demora en cuestiones de seguridad. A éste también le debe preocupar tener zonas de parking adecuadas y el mantenimiento de un entorno atractivo en las áreas compartidas. 

Pero como ecologista comprometido, éste también se preocupa por una gran cantidad de cosas que quedan fuera del centro comercial y que afectan a todos y cada uno de los lugares que ofrece para alquilar dentro del recinto. Él, por supuesto, se preocupa de las cosas más obvias, como la idoneidad de las carreteras y otras formas de transporte que llevan al centro comercial en su área de negocios. Pero éste también debe querer que la comunidad sea en sí misma pudiente, pues ello implica una base de consumidores más rica para los mercaderes que ocupan esas tiendas. 

Así en el interior del centro, como en las áreas colindantes de la comunidad: una de las cosas que más afectan a la utilidad y valor de la tierra y, a partir de ahí, la afluencia de los habitantes, consiste en la presencia o ausencia de servicios tales como una fuerza efectiva de seguridad y justicia, la provisión y el mantenimiento de calles y parques bien situados, los sistemas de aguas y alcantarillas, el tendido eléctrico y otros servicios, etc. En tanto que dueño de un centro comercial, por lo tanto, a éste le interesa la calidad de la dirección dentro del mismo y, del mismo modo, la calidad de la dirección en la comunidad entera que se sitúa en los alrededores, que es lo mismo que decir, la calidad del gobierno local. Pero éste no se encuentra sólo compartiendo estas preocupaciones. Éste es uno de tantos individuos que pertenecen a una comunidad creciente de propietarios, y a todos ellos les interesa que los servicios municipales de la comunidad que les hospeda estén bien llevados y no cuesten mucho dinero, tanto si ello implica el control, la supervisión informal, el subsidio, o la provisión directa de estos servicios por parte de ellos mismos, de forma individual o colectiva.

Un pequeño propietario, que quizás alquile o rente a un sólo inquilino, tiene pocas esperanzas de mejorar o rediseñar el entorno de esa pequeña parcela al objeto de hacerla más atractiva al ocupante. Éste se encuentra casi tan indefenso como un propietario que use la tierra directamente. Éste la alquila para que se use en lo que sea y al nivel que el entorno colindante le permita teniendo muy poco control individual sobre la forma que las infraestructuras son provistas. Si éste busca cualquier tipo de mejoras, es tarea del Ayuntamiento el hacerlo en su lugar.

Pero en la medida en que éste aumente sus posesiones o se asocie con otros para obtener propiedades con una extensión más apropiada, y comience a alquilar no a uno sino a varios propietarios, poseerá cierta influencia sobre el entorno. Éste ahora podría encontrar viable la construcción de infraestructuras para sus múltiples inquilinos. Pero incluso ya antes de ello, éste verá cómo crea entorno por el mero hecho de alquilar a varios inquilinos, pues cada uno de ellos se convertirá en un factor para el resto en cuanto al medio mismo. Esto ha sido llevado a grandes niveles de sofistificación en la selección y disposición de los arrendatarios de centros comerciales. 

Pero para volver al dueño del centro comercial, su tarea supera con creces la mera selección y disposición de los usuarios de tierra en sinergia óptima y la construcción posterior de infraestructuras para su uso. Por medio de promover un liderazgo proactivo y creando sobre la base de principios de renta que faciliten la vida comunitaria, éste también crea de forma efectiva infraestructuras sociales. Éste sitúa el foco de atención sobre la miríada de factores medioambientales que afectan los usos de la tierra en ese lugar para poder facilitar la interacción en una comunidad de rentistas y arrendatarios bastante compleja.

Del mismo modo en que el medioambiente es ciego ante los límites artificiales de la propiedad, las preocupaciones del propietarios también lo son en nombre de sus inquilinos. En la medida en que éste logre el éxito a la hora de dotar de valor a la tierra, estará en una mejor posición económica para influenciar los factores medioambientales que se sitúen más allá de sus dominios, tanto de forma directa como cooperando con otros propietarios de tierra que posean preocupaciones similares. 

Es virtud de este incentivo medioambiental que se lleva desarrollando en el mercado durante los dos últimos siglos un papel empresarial distintivo para el propietario de tierras. En lugar de proseguir en su propia parcela como todo el mundo en tanto que consumidor medioambiental, algunos propietarios se han especializado y separado del resto por medio de administrar sus tierras en beneficio de esos que ahora son sus clientes. Al hacer esto, estos propietarios están administrando sus tierras como capital productivo en el mercado. Sus labores consisten en la producción y publicitación de un medio óptimo para el hombre. En la medida en que esta empresa ha crecido, así lo ha hecho el saber hacer que le va parejo.

Por más inconsciente y no planeado que sea, la expansión de esta empresa revela las líneas generales de un nuevo paradigma de incentivos que gobiernan la producción y distribución de bienes comunitarios. Sin mayores menciones, poco discutido por los comentaristas sociales pero con una apariencia de cambio inevitable, este paradigma ha aumentado de forma manifiesta con el advenimiento y aumento de las mancomunidades de arrendatarios que se benefician de múltiples ingresos en todos los ámbitos de la empresa inmobiliaria comercial.

El Aumento de las Mancomunidades de Arrendatarios

Las mancomunidades de arrendatarios representan la implantación de formas de posesión de la tierra en entornos urbanos que han caracterizados a las sociedades agrarias durante milenios. En ello consiste el mantenimiento general de la titularidad sobre la tierra intacto pero parcelando su uso entre varios usuarios mediante el alquiler de la tierra. Las mejoras in situ, por otro lado, pueden ser adquiridas por cualquiera en función de cuáles sean las circunstancias particulares. Las mancomunidades de arrendatarios constituyen de esta manera la antítesis de las subdivisiones inmobiliarias, tal y como los bloques de apartamentos y la construcción planeada de unidades donde se da una subdivisión fragmentada de los títulos de propiedad. Las urbanizaciones así fragmentadas nunca podrán convertirse en propiedades de tipo comercial. 

Aunque se trata de un principio más bien antiguo y muy extendido, hoy día las mancomunidades de arrendatarios destacan como un fenómeno americano. Desde su aparición por primera vez durante el segundo cuarto del siglo XIX, éstas crecieron junto a una tendencia de mercado que aumentó tras la segunda guerra mundial, que fue cuando aumentó su número de forma dramática, tipo, tamaño y complejidad.[3] Los empresarios que se situaban en esta línea de negocios crearon miles de ambientes que reflejaban las necesidades especializadas de una clientela que parecía poseer una gran variedad de distintos intereses, mercaderes, trotamundos, manufactureros, residentes y profesionales de todo tipo. Cada medioambiente que logró satisfacer con éxito las necesidades de mercado definió un nicho económico. En rápida sucesión, vimos el debut del hotel, los edificios de apartamentos y oficinas, o "rascacielos," los cruceros de lujo, los campings, los aeropuertos comerciales, los centros comerciales, los parques para vehículos recreacionales (RV), los de caravanas, los coliseos, las puertos para pequeñas embarcaciones, los centros de investigación, los centros profesionales, las clínicas, los parques de atracciones, las comunidades manufactureras in situ de alquiler, los centros de estilo de vida, así como, cada vez más, la combinación e integración de estas y otras formas de propiedad para formar propiedades más amplias, más complejas y menos especializadas.

En la medida en que estas propiedades se vuelven más generalizadas a través de la mezcla de sus usos complementarios, éstas comienzan a parecerse a eso que estamos acostumbrados a ver como comunidades. Hoy día algunos hoteles, por ejemplo, se comparan con pequeñas pero complejas ciudades. El hotel MGM de Las Vegas contiene áreas comerciales, oficinas de negocios, salas para convenciones, sitios de comida, capillas, teatros y galerías de arte, servicios médicos, seguridad privada, y la lista continúa. En cuanto al tamaño de la población, contando a los inquilinos registrados, la gente de visita y los servicios de personal, es unas cuantas veces más grande cualquier día que Boston, Filadelfia o Nueva York durante la época de la guerra de independencia.[4]

En la medida en que los propietarios aprendieron a dotar de valor a la tierra por medio de la optimización del entorno para sus clientes, la mayor parte de los profesionales de venta al por menor y la gente de negocios de los EEUU abandonaros el patrón individualizador de subdivisión de los solares en las calles principales, carentes de un interés unificador de la propiedad, y se mudaron a haciendas gobernadas por la titularidad incorporada. Aquí, los propietarios organizados de tierras, de los cuales puede haber cualquier número por medio del uso de stocks y otras formas de titularidad, ofrecen muchos de los servicios que antes sólo los gobiernos podían ofertar, incluyendo calles y lugares de aparcamiento, alcantarillado, desagües de emergencia, tendidos eléctricos, fuerzas de seguridad y zonas ajardinadas. En efecto, el nivel de sofistificación de los bienes de uso común que los alquileres de varios inquilinos proveen sobrepasa con creces al que ofertan los municipios.

La rapidez de crecimiento de tales empresas medioambientales ha sido extraordinario. El centro comercial al término de la segunda guerra mundial fue pequeño y experimental; en los EEUU existían menos de una docena, e incluso el nombre quedaba todavía por acuñarse. Hoy día el número de centros comerciales y bulevares en los EEUU se acerca a los 50.000 y son capaces de acomodar a tres cuartos de la actividad no automotriz de los negocios al por menor de toda la nación (ICSC 2008).[5]

Con el aumento del tamaño de las propiedades, número y diversidad de los inquilinos, los propietarios están superando su papel estereotipado. Desde receptáculos pasivos de inquilinos, estos se han traslados en empresarios. Por cada tipo especializado de alquiler mancomunado, estos se ven obligados a adaptar su estilo de gestión a las necesidades de sus clientes. Un gran centro comercial, por ejemplo, requiere un compromiso serio en cuanto a la gestión por parte de la dirección de empresa para forjar a toda la serie de mercaderes inquilinos en un equipo de retales efectivo. Los equipos necesitan un instructor, y el gestor de un centro comercial lo es. Su papel de instructor invita al mantenimiento de la paz y la moral del edificio entre tantos mercaderes tan altamente competitivos. Los vendedores reconocen que su interés empresarial centrado en la tierra le confiere a éste un liderazgo potencial que sólo a él le pertenece y que no podrá ser encontrado en el resto del centro comercial. A diferencia de los inquilinos a los que éste sirve, que son partisanos de forma natural y se inclinan a explotar el centro comercial como algo compartido, su interés reside en el éxito del centro como un todo y de cada uno de los propietarios en tanto que miembros de un equipo. No es que éste no disponga de una tienda, pues la tiene; el centro comercial es su tienda y sus inquilinos sus clientes. De forma consecuente, éste se involucra y mantiene al margen al mismo tiempo, se ocupa de todo pero siendo imparcial. Los comentaristas del sector de ventas al por menor lo definen en la literatura comercial como la premisa principal del centro comercial.

La Lógica de la Mancomunidad de Arrendatarios

La lógica de negocios de la mancomunidad de arrendatarios es bastante simple. Así como los empresarios del medioambiente situados en su nicho económico compiten entre ellos para ofrecer mejores precios de alquiler, los inquilinos, que también compiten entre sí, pujan el precio al alza de los alquileres que quieren y están dispuestos a pagar. Para aquellos propietarios y gestores de este mercado competitivo que tengan éxito en ofertar un medioambiente que sea tanto física como socialmente atractivo, los ingresos relativos a la tierra compensarán los costes con respecto a las ganancias.

Con la tendencia continua hacia el uso mixto, cada vez se vuelve más aparente que las propiedades mancomunadas de arrendatarios son en sí mismas comunidades. Como tales, sin embargo, éstas destacan en comparación con el record puntual tradicional de comunidades divididas, que sólo pueden ser gobernadas desde la política. Estas subdivisiones no representan un fenómeno de mercado, que sólo pueden dirigirse de forma política. Las subdivisiones no constituyen un fenómeno de mercado al no vender ningún producto y, por lo tanto, carecen de consumidores. Al no generar rentas, éstas sólo pueden subsistir por medio de la estimación y la extracción de impuestos. Las propiedades mancomunadas de arrendatarios, por otro lado, son empresas de negocios. Éstas sirven a los consumidores y producen rentas que las vuelven autosuficientes y, a partí de ahí, sostenibles. Los ingresos de mercado no sólo financian las operaciones presentes, sino que además permiten la acumulación de fondos que podrán utilizarse para renovar o construirlas de nuevo para su mismo uso u otros diferentes en esa localización u otra distinta al objeto de mantenerse competitivo en el mercado que sea dirigida de forma similar. En esto consiste la inmortalidad del capital productivo.

¿Por qué entonces la subdivisión es la norma en el mercado inmobiliario?

Una pregunta normal surge en relación con el crecimiento y expansión de las mancomunidades de arrendatarios. ¿Por qué, a excepción de los bloques de apartamentos y los hoteles, no hay nada que sea comparable con lo que ha sucedido en relación con otros usos de la tierra? Aquí disponemos de subdivisiones en las asociaciones de propietarios, que David Friedman dota con funciones de gobierno más que ninguna otra.[6] Esta anomalía puede deberse a una combinación de factores. Una razón puede deberse a que la novedad tiende a manifestarse primero en la comunidad de negocios donde la competición promueve la innovación y la eficiencia sólo haciendo ésta su debut posteriormente en el mercado. Es así que esta forma de alquiler de la tierra, adoptada primero por los pequeños comerciantes, todavía tenga que ser adoptada por el mercado residencial inmobiliario. En efecto, es posible que veamos los comienzos de esta tendencia en los centros de estilos de vida. Un factor diferencial puede ser cultural: la ideología americana que favorece la titularidad de la tierra en los propios dominios, una ideología que puede rastrearse hasta tiempos coloniales y que repudia los vestigios del feudalismo en Europa.

Un factor sin duda más importante reside en las políticas públicas, que se han resuelto en la politización a ultranza del mercado inmobiliario. Durante 80 años se ha promovido de forma agresiva las subdivisiones de casas familiares no adosadas en colaboración con el gobierno federal y con la cooperación de la industria inmobiliaria.[7] De forma adicional, las políticas de recolección de impuestos gubernamentales discriminan contra los usos de alquiler para inquilinos. El gobierno también subsidia de forma directa la titularidad de estas propiedades a través de varios programas de seguros inmobiliarios. El hecho de que este tipo de seguros se restrinja a las subdivisiones de hogares que cumplan los requisitos impuestos por las asociaciones de propietarios obliga de forma efectiva a la subdivisión de las viviendas debido a la consideración por parte de los constructores de que sus productos deben cumplir los requisitos requeridos para la adquisición del seguro federal si quieren mantenerse competitivos en el mercado. Además, el aumento de los impuestos por encima de los ingresos del capital promueve las venturas comerciales de corto plazo en detrimento de las más conservadoras de largo plazo, lo cual se resuelve en la subdivisión de las viviendas. Finalmente, a nivel local, muchas municipalidades requieren que los promotores construyan subdivisiones con afiliación obligatoria a la asociación de propietarios, pues tales urbanizaciones aumentan la base impositiva para el gobierno al mismo tiempo que se pasan los costes de las infraestructuras y los servicios a la asociación misma.

No cabe duda de que cualquiera de estos factores cumple su papel, pero comprender como deben sopesarse entre sí requiere de estudios empíricos e históricos. El factor relativo a las políticas públicas es tan grande como para sugerir que la ubiquidad de las subdivisiones sobre los alquileres del mercado residencial inmobiliario tenga su causa en la distorsión del mercado más que en las preferencias de los consumidores. Hasta aquí la explicación es cultural y psicológica, sin embargo, también sabemos que los cambios son posibles y que estos pueden darse de forma rápida, tal y como puede evidenciarse a través de la interesante historia del abrupto cambio sufrido en los bloques de apartamentos de la ciudad de Nueva York, que pasaron del desprestigio a la respetabilidad de la noche a la mañana durante el siglo XIX (Cromley 1990).

Las Implicaciones Sociales

Se provea como se provea, es importante reconocer que los servicios comunes y las instalaciones como las calles, los servicios de equipamiento y la seguridad pública, atañen a los lugares en lugar de a las personas en cuanto tales. Los individuos extraen beneficios de los mismos sólo como ocupantes del lugar que se ven así servidos. De esta forma cuando los propietarios de tierras venden o alquilan un lugar a cambio de rentas, están en verdad actuando como proveedores de servicios de mercado y otros servicios medioambientales que les unen al lugar así provisto.

Manteniendo eso en mente, imaginemos un escenario de predicción proporcionado por Spencer Heath en 1936.[8] En primer lugar, éste señaló que las comunidades tienen dueños aunque se encuentren en sí mismos desorganizados. Éste entonces predijo que en la medida en que los propietarios empresariales aumenten en número y comienzen a darse cuenta de que lo que venden a cambio de un precio son las instalaciones medioambientales del lugar que alquilan, entre las cuales se encuentran los servicios públicos de la comunidad que los acoge, estos comenzarán a gestionar y proveer tales servicios públicos.

En efecto, si la comunidad de propietarios de tierras son comerciantes de servicios públicos, entonces en un sentido estricto los empleados públicos son sus agentes, incluso en el caso de que estos no sean pagados o supervisados directamente por aquéllos. Así, los propietarios comunitarios de hoy día podrían asemejarse a los propietarios de comunidades hoteleras que permiten que sus trabajadores sean escogidos por el clamor público, sin supervisión o salarios, para que se financien a sí mismos y las operaciones hoteleras de la forma que estos consideren más óptimas a través del bolsillo del cliente.

Pero en la medida en que los empresarios propietarios de tierras crezcan en número y se hagan conscientes de su papel funcional, no sólo en la publicitación y distribución de jurisprudencias de los lugares y recursos en el presente, sino también en la producción de servicios públicos (o medioambientales), comenzará a tener sentido para cierto número de ellos el ejercicio de políticas de presión a través de asociaciones mercantiles que se pongan a favor del interés público. Partiendo en primer lugar de un trabajo honesto que persigue la transparencia fiscal en los gobiernos locales, éstos procederán a otorgar privilegios y exenciones a los propietarios de tierras en general en relación con los impuestos y demás cargas burocráticas y, de forma eventual, a la exención total de los impuestos en las tierras que usen ellos mismos asumiendo el coste y supervisión de la administración pública. En la medida en que el uso de la tierra se libere de presiones junto al comercio y la industria, tanto más negocios se crearán y tanto más subirá la demanda por la tierra y su uso, lo que repercutirá en la subida del precio de la tierra permitiendo la compensación de los dueños a través de las mayores rentas. Como los ingresos sólo son posibles a través de la producción, es sólo a través del aumento de la producción que las rentas, y el valor de la tierra, pueden aumentar. Es de esta forma que los servicios públicos y comunitarios se convierten en una empresa de libre mercado.

Heath vió que esto pondría en práctica la intuición de Henry George de que los alquileres relativos a la tierra constituyen una forma natural de organizar los ingresos relativos a los servicios públicos. Esto tendría lugar, no a partir de la dotación de un valor impuesto a la tierra por medio de los impuestos, sino como fruto de un proceso normal de negocios en la medida en que los propietarios de tierras vean la oportunidad de mejorar en gran medida el valor de sus tierra y así sus ingresos, por medio de relajar las presiones fiscales y el hostigamiento burocrático a los propietarios de tierras (incluyendo las guerras que se financian con dinero público) y proporcionando una amplia gama de servicios públicos eficientes.

Conclusión y Pronóstico

Si la tendencia histórica hacia los negocios y administración de la tierra en tanto que capital productivo continúa y no se limita a través de la intervención política, parece inevitable, si se parte de la lógica de la situación tal y como la explica Heath, que el número creciente de empresarios medioambientales, que es lo mismo que decir los propietarios comerciales, i.e., de los ingresos surgidos a partir de la empresa inmobiliaria y, de forma especial, de las propiedades mancomunadas de arrendatarios, se asocien mutuamente para aumentar sus ingresos. Su meta será la mejora de la productividad de los propietarios de tierras por medio de la relajación de todo tipo de impedimentos políticos y proporcionando servicios comunitarios óptimos. Históricamente, al ser pequeños y estar divididos, los propietarios han tenido poco poder a la hora de poner en práctica cualquier mejora significativa  fuera de su pequeña parcela. El aumento en el número y capacidad de las propiedades mancomunadas de arrendatarios está cambiando esta perspectiva.

En la medida en que las asociaciones de comercio se desarrollen y crezcan en número, su afiliación llegará a incluir no sólo los intereses mayoritarios de los propietarios de tierras, sino el de esos que posean pequeñas propiedades mancomunadas de arrendatarios, e incluso las de propietarios unitarios de inmuebles, pues las asociaciones de comercio son vistas como una mejor vía para promover mejoras que los propios ayuntamientos. Es así que veremos cómo organizaciones de tipo mayoritario dispondrán de recursos sustanciales dedicados a la promoción de los intereses públicos. De especial interés para los fundadores de tales firmas será la prosperidad y bienestar de los inquilinos y las propiedades, que estos verán como algo interconectado y dependiente de la comunidad de acogida.

En la medida en que las asociaciones inmobiliarias crezcan y desarrollen y las ciudades prosperen, la empresa medioambiental se organizará de forma inevitable a un nivel estatal y regional, pudiendo asumir responsabilidades cada vez mayores sobre el entorno tanto físico como social. Estas asociaciones se preocuparán de la seguridad regional, los parques y las comunicaciones, tal y como hacen los centros comerciales hoy día a menor escala cuando construyen pequeñas carreteras y otras instalaciones públicas distribuyendo el costo entre ellas una vez construidas. Estos se organizarán en torno a grupos de presión que actuarán, por primera vez, en nombre del interés público general en lugar de promover otros intereses especiales.

Medio siglo antes de que las mancomunidades de arrendatarios aparecieran en los EEUU, Adam Smith (1901, 365) describió la congruencia que vio entre los intereses de los terratenientes y del público en general. De una forma que éste nunca pudo prever, la presente discusión confirma esta amplia declaración de principios:

El interés (de los terratenientes) se conecta de forma estricta e inseparable con el interés general de la sociedad. Sea lo que sea lo que cada uno de ellos promueva o impida a unos también se promoverá o impedirá a los otros. Cuando el público delibera sobre cualquier tipo de regulaciones relativas al comercio o la policía, los propietarios de tierras no lo pueden falsear al objeto de promover sus propios intereses; por lo menos, en caso de que tengan un conocimiento razonable sobre tales intereses.

Esta puesta en línea de los intereses del los propietarios con los de los usuarios de las tierras, siendo estos en última instancia el conjunto de la sociedad, se explica por el hecho de que el valor de la tierra sea una función total del medioambiente (MacCallum 2008). Pues un sistema de intercambios voluntarios sólo puede surgir en una comunidad medioambiental segura y protegida que sea suplida con servicios comunitarios para todos (la etimología de la palabra "comunidad" parece que es com-munitus, un lugar público protegido y defendido). En la medida en que una economía evoluciona, este concierto de intereses se vuelve incluso más pronunciado; pues siempre que un individuo renuncie al uso directo de sus tierras y la administre en su lugar como capital productivo alquilándosela a otros, éste adquirirá un interés en promocionar el bienestar de los demás y la mejora del medioambiente. Éste se ha especializado en la gestión de la tierra de forma separada a su uso, convirtiéndose así en un promotor medioambiental cuya preocupación reside en la comunidad en su conjunto, pues ésta, en su conjunto, aunque sea de forma atenuada, determina la productividad de la tierra y la de sus inquilinos.

Es digno de mención que hace más de 80 años Spencer Heath no propusiera ninguna reforma social sino que sólo predijese el curso futuro de los acontecimientos, extrapolándolo de los procesos de libre mercado tal y como este los conoció en su día a partir de los sucesos que tuvieron lugar en su entorno. Si el escenario que predijo es el correcto, la empresa comercial inmobiliaria descubrirá que es de su propio interés asumir de forma voluntaria la provisión total de servicios públicos tanto de forma local como regional. El primero de estos servicios será el de eximir de impuestos a los usuarios de la tierra, aliviándoles la presión provocada por las muchas cargas políticas de gobierno. De esta manera, será posible promover la prosperidad general a través de la liberalización del comercio y la industria al mismo tiempo que se otorga de valor a la tierra para sus inversores. Por medio de asociaciones locales y regionales de bienes raíces, cada barrio competirá con el siguiente, cada comunidad con su contigua, y cada región con las demás. La provisión competitiva de bienes públicos se encontrará entre una de las empresas más rentables.

Conclusión

Al comienzo de este artículo, me dispuse a captar la atención del lector por medio de proposiciones bastante estrafalarias. He dicho que el medioambiente humano, tanto físico como social, se parece a cualquier otro bien o servicio en el hecho de que su producción sea bastante flexible, comercial y fácil de mantener a través de los procesos competitivos propios del libre mercado. Después he hecho tres cosas. He analizado como funciona esto en teoría; descrito su evolución práctica, y mostrado el resultado imprevisto y significativo al que esta práctica tiene que llevar de forma lógica.

Que es lo mismo que decir, primero he analizado la estructura de incentivos que no se encontraba presente en la medida en que la tierra sólo era usada para su consumo o para la especulación, lo cual surge con la emergencia de los títulos de propiedad sobre la tierra en tanto que empresa del capital. En segundo lugar, he mostrado como ese patrón se ha desarrollado de forma histórica en la emergencia y proliferación de las mancomunidades de arrendatarios. Finalmente, a partir de esa tendencia en el mercado inmobiliario, he extrapolado hacia el futuro.

El resultado inesperado implicado de forma lógica por la continuación de esta tendencia en el mercado inmobiliario no es nada más y nada menos que la transformación cualitativa del gobierno, siguiendo la distinción de Oppenheimer iniciada en The State, desde un proceso político hasta llegar a otro que es totalmente de mercado. Lo que parece especialmente adecuado es que esta transformación ocurra, no por medio de los impuestos, la marcha y ordenamiento del ejército, o de la deliberación intencionada de los cuerpos legislativos, sino como emergencia silenciosa de la empresa comunitaria en tanto que consecuencia casi incidental de la continuidad normal de los procesos de libre mercado.   


Referencias

Birch, Paul
  2002   "A critique of Georgism," http://www.paulbirch.net  (29 August). 

Cromley, Elizabeth
  1990   Alone Together: A History of New York's Early Apartments.
    Ithaca: Cornell University Press.

Friedman, David
  1987   “Comment: Problems in the provision of public goods,”
   Harvard Journal of Law and Public Policy, Vol. 10.

Heath, Spencer
1957   Citadel, Market & Altar. Baltimore: Science of Society
    Foundation.

  1936   Politics versus Proprietorship. Privately printed, available from
   The Heather Foundation, 713 W. Spruce Street, Deming NM
   88030 <sm@look.net>

International Council of Shopping Centers (www.ICSC.org),
  2008   ScopeUSA 2008.

MacCallum, Spencer H.
  2008   “A Short Perspective on Land and Social Evolution,”
             The Voluntaryist, Whole No.139, 4th Quarter.

  2005   “Residential Politics: How Democracy Erodes Community,”
   Critical Review Vol.17 Nos. 3-4 (Fall/Winter), pp. 393-425.

  1971   “Jural Behavior in American Shopping Centers: Initial Views of
   the Proprietary Community," Human Organization: Journal of the
   Society for Applied Anthropology 30:1 (spring).

  1970   The Art of Community. Menlo Park, CA: Institute for Humane
    Studies.

McKenzie, Evan
  1994   Privatopia: Homeowner Associations and the Rise of Residential
   Private Government. Yale University Press.

Robert A. Nisbet, Letter to the writer (on file) dated October 21, 1991.

Robert A. Nisbet. The Quest for Community. London: Oxford Press, 1952.

Smith, Adam
  1901   The Wealth of Nations. Part 1. New York: P.F. Collier and Son.








[1] Spencer H. MacCallum es un antropólogo social que vive en Casas Grandes, Chihuahua, Mexico.

[2] Robert A. Nisbet (1991) observó que los centros comerciales "satisfacen seguramente la categor'ia de asociaciones intermedias y quizás también la de comunidad."

[3] Para revisar un historia inicial de los ingresos provenientes de comunidades de alquiler véase MacCallum (1970, 7-48).

[4] Boston, por ejemplo (Boston Public Library, Reference), en 1765 tenía 15,520 habitantes. En época del censo de los EEUU de 1790, ésta había crecido hasta los 18,038—contando sólo a los hombres libres. Contando a los inquilinos, el personal y los visitantes, la población de el MGM Grand oscila entre 35,000 y 70,000 personas al día (MGM Grand public relations department 1998). The Venetian Hotel representa algo similar.

[5] El comercio de la empresa automotiva incluye a los vendedores y los centros de servicio.

[6] “¿No son las asociaciones de residentes, con filiación obligatoria, cargos obligatorios, y reglas democráticas de voto, otra forma de gobierno local pero con distinto nombre?" (Friedman 1987, p. 506) Para una discusión sobre las asociaciones de propietarios, véase MacCallum 2005.

[7] Para una explicación detallada histórica, véase McKenzie (1994).

[8] Spencer Heath (1876-1963), fue ingeniero, abogado, poeta, filósofo de la ciencia y un filósofo social, así como un pionero de la aviación incipiente. Éste desarrolló su primera máquina de producción en cadena para hélices de avión en 1912, lo cual le permitió proveer el 75% de las hélices usadas por las fuerzas aliadas durante la primera guerra mundial. En 1922 éste demostró en Boling Field el primer motor de hélice de control variable y reversible. Éste se empezó a interesar por temas sociales ya de joven tras leer la famosa novela Looking Backward, en la que  Edward Bellamy presentó una visión eminentemente socialista del futuro. Tras rechazarla transcurridos 6 meses y buscar otras opciones más practicables, éste se encontró atraído por las ideas de Henry George que enfatizaban el libre comercio. Esto fue lo que inició su activismo de 35 años en el movimiento Georgista, que subrayaba el interés que ya tenía Heath por la tierra. Al estudiar y, finalmente, rechazar las propuestas de George de que el gobierno cobra y reparte las rentas sobre la tierra, Heath llegó a reconocer la importancia de la propiedad privada sobre la tierra en tanto que institución social y, de forma especial, su reciente administración histórica como capital productivo. Esta nueva perspectiva se bosquejó por primera vez en 1936 en una monografía de propia publicación, Politics versus Proprietorship, siendo elaborada en  1957 en su trabajo principal sobre la sociedad, Citadel, Market and Altar. Las publicaciones que Heath, como lo que nunca publicó, está siendo administrado por la Heather Foundation, 713 W. Spruce #48, Deming, NM 88030. sm@look.net


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