El Austroliberal, Birmingham 9 de Noviembre de 2014, por
Jorge A. Soler Sanz
Existe hoy día una gran confusión en relación a la forma
que habría de tener la sociedad sin Estado y sus instituciones. La raíz de este
problema reside en la confusión popular existente entre las funciones de
gobierno y de estado, pues lo normal es que ambos términos se presenten como
sinónimos cuando en realidad se trata de dos categorías totalmente distintas. De
la misma manera que el feudo consiste en la dominación militar y territorial
del señorío, del que éste depende para su subsistencia, el Estado es esa lacra
que se adueña de forma coercitiva de la función de gobierno para poder
sobrevivir e instaurar su dominio populista en el medio social.
Algo que merece la pena de destacar lo constituye el
hecho de que el Estado sea posterior a la sociedad civil, no anterior, y sus
instituciones de gobierno. Esto es así porque sin actividad comercial o
empresarial que se precie, y esta no es una nota característica de las
sociedades tribales basadas en la familia como institución de las que venimos,
no puede haber recaudación de impuestos, y sin estos éste simplemente no puede subsistir.
A menos que se considere a los primeros miembros políticos integrantes de los
primeros estados la capacidad de crear sociedad de la nada para luego tasarla
por medio de los impuestos, cosa esta que les dotaría de una capacidad humana y
de visión difícil de imaginar hoy día si se tiene en cuenta la malicia y degradación
propia de la actividad política, se habrá de concluir que la actividad
comercial, basada en las relaciones de mercado, fue lo primero, y que el Estado
sólo vino después viviendo de las mimas. Decir que puede haber Estado sin
sociedad civil es como admitir que el parásito es anterior al huésped que lo
alimenta, lo que constituye un absurdo biológico.
Debido a esta confusión popular entre las funciones
propias de gobierno y las de estado es que, con demasiada frecuencia, se acaba
concluyendo diciendo que sin Estado no puede haber instituciones, y sin éstas,
la sociedad civil parece difícil de vislumbrar. Mientras que por un lado parece
difícil vislumbrar la forma que habría de tener una sociedad sin instituciones
de gobierno, si resulta posible elucidar el sentido y forma que habría de
adoptar el medio social una vez abandonado ese lastre parasitario que vive de
su sangre una vez eliminada toda función de estado. El resultado, no cabe duda,
vendría simbolizado por un progreso constante y desarrollo sin parangón en la
historia. Muchas actividades empresariales que hoy en día no tienen lugar, o se
ven en gran medida limitadas por los impuestos y otras formas de regulación
estatal, levantarían por fin el vuelo añadiendo al bienestar económico y social
que hoy día presenciamos en la actualidad. Este aspecto, no visto por la
mayoría de los economistas de hoy día, es lo que denominamos "costos de
oportunidad," y consisten en la actividad no desarrollada pero pendiente
que no puede manifestarse por falta de medios económicos y otros lastres que el
Estado impone al individuo.
Si bien es cierto que la presencia omnipotente del Estado
puede parecer desalentadora, lo cierto es que el futuro es más prometedor de lo
que pudiera parecer a simple vista. Muchos de los cambios que se están dando
hoy día, y que para muchos pasan desapercibidos, no constituyen sino más que la
semilla de la sociedad que todavía está por venir. Spencer MacCallum, por
ejemplo, ha sabido identificar correctamente estas tendencias "de
mercado" en muchas formas de mancomunidades de inquilinos arrendatarios
que hoy en día se establecen en la sociedad por todo el globo.[i]
Lugares como el hotel, los cruceros de lujo, los centros comerciales, los
campings, los parques temáticos y de atracciones, los centros feriales, los
edificios comerciales de oficinas o apartamentos, las urbanizaciones, o los
resortes turísticos, por citar los ejemplos más conocidos, ya disponen medios
de seguridad privada y son capaces de ofrecer como producto comercial todo tipo
de servicios sociales tales como el alcantarillado, el tendido público, calles
y aparcamientos, etc., todo ello, financiado con fondos privados proveniente de
los consumidores de tales servicios.
Que esto ya se esté dando, sin embargo, no explica el
fondo institucional que habría de permitir el surgimiento de este tipo de
venturas comerciales y sus centros de gobierno. El enfoque anarcocapitalista no
prescinde aquí de toda forma de regulación, sino que señala su aspecto privado
y voluntario. El pronóstico aquí dice que la sociedad se fragmentará en
distintas comunidades mancomunadas de propietarios que se asociarán a un nivel
superior para ser más efectivas en su interés de gobierno. Y esto quiere decir
que las instituciones y centros de gobiernos también se fragmentarán en un
proceso centrífugo y desunificador que se producirá en distintos órdenes de la
sociedad. Cuanto más disperso y desubicado se encuentre el poder social, que de
forma tradicional ha quedado concentrado en las manos del Estado, tanto más
efectivo éste será debido a la competencia y los incentivos de mercado, y ello
de forma contraria a la intuición. Que el Estado no pueda ser efectivo sin
unificar su poder político en manos del Estado por causa de los impuestos de
los que éste depende para sobrevivir, no quiere decir que la sociedad civil se
vea obligada a lo mismo, sobre todo, cuando su forma de ingresos tienen una
raíz voluntaria y consensuada bajo la forma de venta de productos y servicios.
La regulación del medio social caerá de esta moda sobre
el individuo o propietarios de los medios de producción, y tal y como ya ocurre
en la actualidad, la razón y función social de ésta tendrá su justificación en
la evitación anticipada de pleitos y querellas. Y sin embargo, en esta función
social, la empresa privada de servicios sociales tendrá que ser flexible y
sopesar riesgos so pena de perder a sus clientes. De este modo, el productor de
autopistas, por ejemplo, deberá sopesar el riego de permitir determinados
índices de velocidad, o si se debe o no exigir el uso del cinturón de
seguridad, junto a la expectativa de ser demandado frente a un tribunal por
causa de accidentes o la provisión de servicios inadecuados o peligrosos para
el resto de la sociedad. De la misma manera que muchos parques temáticos y de
atracciones no permiten su uso a determinados perfiles de la población, como
niños de determinada estatura, enfermos del corazón, etc., renunciando así a
posibles ingresos adicionales, el proveedor de servicios viales deberá sopesar
este y otros riegos a la hora de ofertar sus servicios al cliente.
¿Y qué tipo de incentivos debería poseer una justicia descentralizada
para ser justa e imparcial en un entorno civil y privado si se renuncia a los
impuestos? En esencia, se trata del
mismo que podría tener cualquier otra empresa de servicios que no quiera perder
a sus clientes. Si no se obliga al consumidor a financiar los servicios de
justicia por medio de los impuestos, lo normal es que la dinámica desarrollada
resida en la satisfacción de las demandas del cliente, y un sistema judicial
corrupto o que satisface los intereses de unos pocos, en lugar de los del
conjunto de la población, tiene todas las posibilidades de arruinarse en su
intento y verse obligada a cerrar las puertas de su negocio para que otros con
más visión de futuro ocupen su lugar. Si hay una dinámica que defina hoy día a
la justicia, es precisamente su visión cortoplacista que, de forma indudable,
tiene su razón de ser en la no titularidad de los medios de producción
políticos, pues la función del político es hoy día transitoria. La así llamada
tragedia de los comunes puede explicar con facilidad la actitud de rapiña que
el político, o las funciones de justicia y gobierno, ejercen sobre el medio
social debido a la falta de titularidad sobre los medios que se ofertan a
disposición del consumidor.
Uno de los incentivos que Shakespeare muestra en el
Tribunal de Venecia para dictaminar en contra de Don Antonio y a favor de
Shylock, el judío prestamista, al que éste detesta, reside en el hecho de que
los ojos de la ciudad entera se hallen centrados en el caso a juzgar y el miedo
de los jueces que juzgan el caso de que ya nadie quiera firmar contrato alguno
en la ciudad si no se cumple el bono estipulado entre ambos. Recordemos que en
aquella época la población judía se hallaba excluida en guetos y que la
animosidad de la población en su conjunto por este grupo de individuos
constituye una de las notas dominantes de esta obra literaria desde el
principio hasta el final. Evidentemente, Shakespeare no fue un economista, sino
un brillante literato, pero la dinámica de incentivos que éste presente en esta
obra si puede ser estudiada desde un punto de vista económico en la actualidad.
Aquí no vamos a caer en el error de pensar que con la privatización de los
servicios de justicia, o de los de gobierno para el caso, se solucionen todos
los problemas, pero lo cierto del asunto es que lo incentivos económicos son
los que determinan la actividad empresarial de los individuos, y que el miedo a
perderlo todo siempre es mucho más poderoso que las filiaciones ideológicas o
de clase que uno pueda poseer. Después de todo, lo que mueve a los individuos,
no son las ideas, o las buenas intenciones, sino los incentivos, y el económico
es uno muy poderoso como para no tenerlo en cuenta.
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