Tuesday, 29 September 2015

Kuhn, Lakatos, Popper, Feyerabend y la Revolución Copernicana (sobre el sentido de las hipótesis en la investigación racional)

El Austroliberal, Birmingham 30 de Septiembre de 2015, por Jorge A. Soler Sanz

Antes de Copérnico, lo propio de la astronomía consistía en salvar las apariencias fenoménicas[i] mediante expedientes matemáticos capaces de describir el movimiento de los astros, pero no de explicarlos. Los modelos anteriores siempre partieron de supuestos sobre la verdadera naturaleza del cosmos, pero la función de los aparatos y expedientes de tales modelos jamás fueron integrados en un sistema explicativo único y consistente. En tanto en cuanto el modelo servía para navegar por altamar y predecir la posición correcta de los astros, la cuestión de qué los movía o mantenía en su órbita quedaba fuera de lugar. Fue en verdad sólo a partir de Newton que la ciencia comienza a contar con un modelo teórico consistente que explica el movimiento de los planetas en función de sus centros de gravedad y masas relativas, pero en la época de Copérnico, cuando uno miraba al cielo, lo que descubría era un caos. Partiendo de la hipótesis aristotélica que situaba la tierra en el centro de una serie sucesiva de esferas concéntricas, el trabajo de Tolomeo consistió en desarrollar un cómputo matemático para calcular la posición de los astros que además no contradijera su movimiento aparente tal y como éste se percibía, lógicamente, desde un punto de observación que no se encuentra estacionario, sino que se hallaba su vez en movimiento con el resto de planetas. Para explicar este caos aparente, en el sistema de Tolomeo se asumía que los planetas se movían en epiciclos sobre centros de gravedad imaginarios que a su vez transcurrían por otro círculo mayor o deferente. A pesar de que el sistema no era considerado geocéntrico, los planetas no circulaban en torno a la tierra, sino en torno a otro punto imaginario que se denominó excéntrica.

El problema con el sistema de Tolomeo residía en el hecho de requerir un conjunto cada vez más complicado de hipótesis ad hoc para poder explicar el movimiento aparente de los astros. Es decir, que su sistema era bastante artificioso y poco elegante, pareciéndose éste más a un trabajo de collage que un orden armónico lleno de parches por todos los lados para salvar las apariencias. En el sistema de Tolomeo, los epiciclos giraban a lo largo de la deferente de forma uniforme, mientras que la deferente sólo lo hacía al mismo ritmo si se la medía desde otro punto imaginario que se situaba a la misma distancia de la excéntrica denominado ecuante. Lo que Tolomeo descubrió fue que lo constante del movimiento residía en su momento angular con respecto a este punto imaginario, pero no con respecto a la tierra o el centro geométrico de la deferente en sí. Es precisamente en el intento de eliminar las distorsiones aparentes del modelo que la inclusión de este aspecto en la teoría de Tolomeo le da su sello característico. Y es que la teoría de Tolomeo sobre el movimiento de los astros era una de ecuantes.

La aportación de Copérnico a este modelo no fue de fondo, sino de forma. Lo que Copérnico tenía en mente no era poner en cuestión la validez del modelo geocéntrico de Aristóteles, sino simplificar el cálculo en el aparato de Tolomeo. Esta es precisamente la razón de que, a pesar de las opiniones contrarias que recibió su trabajo, éste no recibiese amonestación formal alguna por parte de la Iglesia, que por turno, si recibiría Galileo más adelante. En su tratado anterior al De Revolutionibus (Commentariolus), que en esencia fue un manuscrito que el mismo Copérnico distribuyó entre sus más cercanos amigos y compañeros de oficio, éste deja bien claro que su propósito o idea es la de simplificar el cálculo tolemaico de las tablas alfonsinas, las cuales constituían la versión oficial de la época, pero no contravenir el modelo geocéntrico en sí. El propio Osiander que prologa el libro de Copérnico (ad lectorem) explica al lector cómo la intención de Copérnico no fue la de describir la verdad en sí sobre el movimiento de los astros, sino sólo la de simplificar el cálculo matemático del expediente tolemaico. Este paso lo dará Galileo más adelante afirmando la realidad ontológica del modelo, que no sólo representa un expediente matemático para salvar las apariencias, sino que también refleja la verdadera naturaleza del mundo y el tránsito de los astros.

Hoy día ya sabemos que estas anomalías, y sus intentos de resolverlas, tienen su causa en la proyección del movimiento terrestre sobre el movimiento de los astros. La idea de cambio de paradigma de Kuhn, de "programa de investigación" de Lakatos o de inconmensurabilidad entre paradigmas de Feyerabend resulta aquí pertinente al caso. En la concepción de estos autores sobre el cambio científico (especialmente Lakatos), las hipótesis adicionales cumplen un papel fundamental a la hora de solucionar este tipo de anomalías en nuestros actuales modelos teóricos. Expresado en la terminología de estos autores, puede decirse que todo programa de investigación parte de principios (core ideas) que no responden a ningún principio de ciencia (heurística) común sino a un tipo de ideología dominante (Feyerabend). Es precisamente por este motivo que la interpretación fuerte del racionalismo austriaco (sin hipótesis auxiliares), posición esta donde si se acepta la idea correcta de que existe un principio universal de progreso y objetividad que guían las ciencias, denuncie este enfoque como de "relativista," "hermenéutico" y "falaz."

Incluso si se admite la idea de que no existen marcos teóricos universales que hagan posible el progreso científico de forma coherente, ordenada y compatible, habrá de admitirse que las teorías, en tanto que constructos racionales, persiguen unos objetivos dentro de un rango de aplicación concreto donde éstas serán o no compatibles entre sí (Hoppe). Pero partir de este supuesto es un absurdo. La razón fundamental por la que una interpretación racionalista fuerte (praxeología) debe rechazar toda hipótesis adicional se debe al hecho de que no queramos que la investigación en el ámbito de la economía se convierta en una de epiciclos y ecuantes (que es lo mismo que decir de rizos sobre rizos). Y sin embargo es el propio Lakatos el que nos da un atisbo de heurística sana en la distinción que realiza entre programa de investigación progresivo (las hipótesis adicionales dotan de mayor poder explicativo a la teoría) y regresivo (las hipótesis adicionales se incluyen como apoyo auxiliar frente a las anomalías). La única puntualización que puede hacerse desde una posición racionalista fuerte  frente a esta distinción reside en subrayar el hecho de que las hipótesis sanas no hacen referencia a los hechos, sino a las ideas. Los principios de partida de un modelo teórico nunca podrán ser contrastados con lo real, pues para poder contrastar algo necesitamos un modelo teórico previo que dé sentido a nuestras observaciones. No resulta razonable requerir que los primeros principios de una teoría puedan ser verificados, pues no disponemos de fenómeno alguno contra los cuales medirlos o contrastarlos.

Todo enunciado que afirme o niegue algo sobre la realidad contiene por ello mismo instrucciones precisas de cómo medir su valor de verdad, y esto se aplica también en el ámbito de las ideas. Tanto en el caso de las ciencias naturales como en el de las sociales, no es posible valorar hecho o idea alguna sino es sobre la base de un conjunto de creencias previas, pues la filosofía todavía no cuenta con un lenguaje de observación puro. Si se quisiera poner a prueba este conjunto de creencias previas se necesitaría a su vez de otro conjunto de creencias previo al anterior que otorgue sentido a nuestras observaciones, tanto en el mundo racional como en el empírico. Esto implica que, si no se quiere partir de un conjunto de hipótesis o axiomas arbitrarios imposibles de justificar (ni por medio de la razón ni por recurso a la experiencia), se haya de preferir partir de la certeza inherente a todo enunciado analítico, sobre todo, si se pretende un rango de aplicación "universal." Y sin embargo, tomar constancia de estos principios no tiene nada de natural.

Parte de la acusación de irracionalistas o relativistas a estos autores no reside ya tanto en lo que estos dicen o afirman sobre el método científico, como en la congruencia de sus afirmaciones. En su libro Against Method and Science in a Free Society Lakatos realiza una interpretación correcta de la racionalidad del caso contra Galileo donde se defiende la racionalidad de la iglesia frente a la irracionalidad y cabezonería del último que no es compatible con la creencia previa del autor de que no existe un patrón de medida racional único en función del cual medir la validez de una teoría, ¿Pues a qué racionalidad apela Lakatos para afirmar que la Iglesia si fue racional mientras que Galileo no lo fue? Es obvio que él se refiere a la congruencia de los principios de partida con los fenómenos observados, es decir, la relación existente entre el conjunto de creencias previas que confirmaban lo observado en los fenómenos y la idea de que la tierra se encontraba en verdad estacionaria (los cuerpos caen de forma vertical, no existe el viento de cola, imposibilidad de probar la paralaxis, los movimientos observados de los astros, etc.), ¿Pero qué es lo que nos permite determinar que en este caso era racional defender un cuerpo de creencia erróneo mientras que defender la postura correcta no lo fue? O expresado de otro modo, si todas las teorías son inconmensurables entre sí, ¿Por qué la actitud de Galileo si es irracional mientras que la de la Iglesia no lo fue?[ii]

¿Quiere esto decir que toda hipótesis que se lance es de por si mala? Es obvio que no se puede negar el valor de lanzar una hipótesis atrevida en el marco de las ciencias naturales (tesis heliocéntrica, restructuración teórica de todo el modelo), pero el abandono de una teoría por otra sólo tiene sentido si se parte de un proceso de racionalidad común previo que las haga conmensurables. El proceso que define la racionalidad de una teoría en este rango de aplicación no es distinto del que opera en las ciencias sociales. La historia de la ciencia es una que nos habla del poder explicativo y predictivo de las teorías precisamente a partir de la inclusión o no de hipótesis auxiliares (cuánto se explica más que la teoría anterior, qué queda fuera, qué se gana, etc.), pero el valor de toda teoría no es histórico o local, sino universal y genérico al hallarse operando los mismos principios de razón sobre el proceso de elección en sí. El sentido de incluir hipótesis adicionales en la investigación racional persigue el mismo objetivo de reestructuración del modelo de partida que el que se persigue en las ciencias naturales. Que los principios de partida sean racionales no quiere decir que se trate de verdades que sean autoevidentes, pues su valor de verdad sólo se nos pueden hacer patentes en la reflexión o el estudio.

Desde este punto de vista, el sentido de toda hipótesis adicional sana es el de buscar contraejemplos, no apuntalar el aparato teórico deficiente previo que ya no funciona. Pero una teoría no puede validarse o no por recurso a la experiencia, sino por medio de la introspección de los principios de razón que dan sentido a nuestras observaciones. Una cambio de paradigma no ocurre sobre la base de una nueva interpretación de los hechos incompatible con el aparato teórico anterior, sino reexaminando los principios de razón que dan sentido a lo que vemos. La razón de que esto sea así se explica por el hecho de que no haya nada en los hechos que nos permita decantarnos por diferentes teorías en pugna, pues que dos teorías se hallan en pugna implica una diferente interpretación de los fenómenos. Si lo que se pone en cuestión es la interpretación de un fenómeno, examinar ese mismo fenómeno no sirve para salir de dudas.

El estatuto de verdad de una teoría, siguiendo a Quine, no puede medirse de forma aislada por medio de enunciados concretos, sino que debe hacerse en conjunción con otras hipótesis y asunciones de fondo adicionales. Se trata de la tesis Duhem-Quine sobre la imposibilidad de confirmación aislada de hipótesis al requerir éstas de otras hipótesis y supuestos de fondo que dan forma y consistencia a la teoría. La forma de operar aquí es muy similar al proceso de confirmación y invalidación de hipótesis en el mundo racional. En el ámbito empírico una hipótesis aislada es incapaz de realizar predicción alguna mientras que en el ámbito racional éstas carecerían de implicaciones. Y aquí la ciencia tiene dos formas de operar. En el caso de Copérnico, tal y como fue, se puede argumentar que los objetos caen siempre de forma perpendicular y que ello invalida la idea de que la tierra pueda moverse alrededor del sol. Pero el hecho de poder aceptar esta hipótesis como valida depende a su vez de otras serie de hipótesis y supuestos que no se encuentran de partida en la hipótesis original de que los cuerpos siempre caen de forma perpendicular al suelo. Es decir, este enunciado contiene una carga teórica que no es susceptible de verificación empírica. Al objeto de afirmar lo contrario, uno siempre podrá desarrollar una forma diferente de cálculo al estilo de Tolomeo que salve el nudo central de nuestras afirmaciones frente a la aparente contradicción que se mantiene con los fenómenos. Es por eso que toda forma de testeo, incluso en el ámbito de las ciencias naturales, tiene un carácter racional y no empírico pese a las apariencias.

Realizar una hipótesis implica que uno desconoce algo. Esta es la razón de que toda hipótesis, si se realiza, deba de tener una carácter provisional y transitorio. A diferencia de lo que piensan los críticos del método racional, se trata aquí de un saber abierto a campos insospechados, no cerrado y hermético. De forma tradicional se ha argumentado que el método racional no nos puede llevar a descubrir nada nuevo (se cierran las puertas a la investigación), pero esto no es cierto, pues al pensar en las implicación de los conceptos e ideas que se presentan, y al desmadejar sus entresijos, uno aprende cosas nuevas. Y es obvio que uno no puede aprender nada nuevo preservando al mismo tiempo el aparato conceptual antiguo que daba sentido a nuestras observaciones (el saber de nuevo cuño siempre desplaza al viejo y obsoleto).

Lo que pone en evidencia actitudes como la de Tolomeo se ve claro en el hecho de que resulta perfectamente posible mantener un mapa inadecuado del mundo que no contradice a la experiencia por medio de incluir parches adicionales al modelo original que nos ayuden a "salvar las apariencias" fenoménicas (programa de investigación regresivo). El hecho de contar con un aparato keynesiano que dispone de abundantes instancias empíricas de confirmación que lo avalan no implica que uno tenga un mapa adecuado del mundo capaz de explicar el comportamiento humano de forma eficaz y fidedigna, sobre todo, si en lugar de explicar "más" cada vez uno explica "menos." En este orden de cosas, por ejemplo, resulta perfectamente posible mantener la idea de incorrecta de que un aumento de la masa monetaria no produce inflación si ello se da de forma pareja a un aumento paulatino de la producción, medir en la realidad y comprobar que ello efectivamente es así, pues si hubo inflación, siempre se podrá argumentar que la producción no aumentó de forma consecuente con el incremento del dinero. Y un constructo teórico que necesita de tantas hipótesis y parches adicionales no puede ser de fiar. Es decir, que siempre se ha de poder preferir la explicación más simple.

Conclusión:

La confusión de autores como Kuhn sobre el proceso de cambio científico y la inconmensurabilidad de los paradigmas reside en el hecho de no admitir que todo proceso de confirmación siempre es racional pero nunca empírico, tanto si éste se da en el ámbito de las ciencias naturales como en el de las sociales. No hay nada en la realidad que nos permita decantarnos entre dos teorías en pugna al margen de todo sistema conceptual previo. Una hipótesis sólo representa en apariencia el punto de partida del cálculo porque ninguna cantidad dada de datos empíricos puede poner a prueba los principios de base que dan sentido a nuestras observaciones. Si uno quiere decir que su cálculo parte de una hipótesis, es fácil mostrar mediante tesis Duhem-Quine que ello no es así, pues resulta del todo imposible presentar una hipótesis si algo no se percibe como problema. Es decir, el hecho de constatar la hipótesis en el cálculo implica de por sí que existe un conjunto de creencias previos en conjunción con los cuales aquella tiene sentido. Y esos principios de razón que dan sentido a la hipótesis en sí no son susceptibles de verificación empírica. La única manera que se tiene de modificar estos principios es por medio del examen racional; no por recurso a la experiencia, pues todo enunciado empírico contiene una carga teórica.





The Duhem–Quine thesis (also called the Duhem–Quine problem, after Pierre Duhem and Willard Van Orman Quine) is that it is impossible to test a scientific hypothesis in isolation, because an empirical test of the hypothesis requires one or more background assumptions (also called auxiliary assumptions or auxiliary hypotheses). The hypothesis in question is by itself incapable of making predictions. Instead, deriving predictions from the hypothesis typically requires background assumptions that several other hypotheses are correct; for example, that an experiment worked as designed or that previous scientific knowledge was accurate. For instance, to "disprove" the idea that the Earth is in motion, some people noted that birds did not get thrown off into the sky whenever they let go of a tree branch. This is no longer accepted as empirical evidence that the Earth is not moving, because we have a better understanding of physics.










[i] Fue Duhem el que nos legó la definición más precisa de "salvar los fenómenos" (σῴζειν τὰ φαινόμενα, sozein ta phainomena) frente a la idea de "explicación" al amparo de la "Revolución Copernicana," pero la inspiración la obtuvo éste de Tomás de Aquino y su idea de que los fenómenos también podían describirse en función de su apariencia sensible (possunt salvari apparentia sensibilia).
[ii] Lo común entre los historiadores de la ciencia es la de aceptar esta interpretación correcta sobre la racionalidad del proceso a Galileo. Es el saber popular el que normalmente presente a Galileo como un mártir de la ciencia frente al dogmatismo eclesiástico, pero lo cierto es que Galileo jamás pudo satisfacer las condiciones de verificación que le impuso la Iglesia. Es decir, que contra toda evidencia, éste decidió publicar su libro, y ello, con toda la soberbia del mundo.  Copérnico fue más humilde, probablemente, por ser conscientes de tales objeciones y no tener una respuesta convincente a las mismas (véanse las críticas de Tolosani), pero Galileo quería tener razón.

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