El Austroliberal,
Birmingham 30 de Septiembre de 2015, por Jorge A. Soler Sanz
Antes de
Copérnico, lo propio de la astronomía consistía en salvar las apariencias
fenoménicas[i]
mediante expedientes matemáticos capaces de describir el movimiento de los
astros, pero no de explicarlos. Los modelos anteriores siempre partieron de
supuestos sobre la verdadera naturaleza del cosmos, pero la función de los
aparatos y expedientes de tales modelos jamás fueron integrados en un sistema
explicativo único y consistente. En tanto en cuanto el modelo servía para
navegar por altamar y predecir la posición correcta de los astros, la cuestión
de qué los movía o mantenía en su órbita quedaba fuera de lugar. Fue en verdad
sólo a partir de Newton que la ciencia comienza a contar con un modelo teórico
consistente que explica el movimiento de los planetas en función de sus centros
de gravedad y masas relativas, pero en la época de Copérnico, cuando uno miraba
al cielo, lo que descubría era un caos. Partiendo de la hipótesis aristotélica
que situaba la tierra en el centro de una serie sucesiva de esferas
concéntricas, el trabajo de Tolomeo consistió en desarrollar un cómputo
matemático para calcular la posición de los astros que además no contradijera su
movimiento aparente tal y como éste se percibía, lógicamente, desde un punto de
observación que no se encuentra estacionario, sino que se hallaba su vez en movimiento
con el resto de planetas. Para explicar este caos aparente, en el sistema de
Tolomeo se asumía que los planetas se movían en epiciclos sobre centros de
gravedad imaginarios que a su vez transcurrían por otro círculo mayor o
deferente. A pesar de que el sistema no era considerado geocéntrico, los
planetas no circulaban en torno a la tierra, sino en torno a otro punto
imaginario que se denominó excéntrica.
El problema con
el sistema de Tolomeo residía en el hecho de requerir un conjunto cada vez más
complicado de hipótesis ad hoc para poder explicar el movimiento aparente de
los astros. Es decir, que su sistema era bastante artificioso y poco elegante,
pareciéndose éste más a un trabajo de collage que un orden armónico lleno de
parches por todos los lados para salvar las apariencias. En el sistema de
Tolomeo, los epiciclos giraban a lo largo de la deferente de forma uniforme,
mientras que la deferente sólo lo hacía al mismo ritmo si se la medía desde
otro punto imaginario que se situaba a la misma distancia de la excéntrica denominado
ecuante. Lo que Tolomeo descubrió fue que lo constante del movimiento residía
en su momento angular con respecto a este punto imaginario, pero no con
respecto a la tierra o el centro geométrico de la deferente en sí. Es
precisamente en el intento de eliminar las distorsiones aparentes del modelo
que la inclusión de este aspecto en la teoría de Tolomeo le da su sello
característico. Y es que la teoría de Tolomeo sobre el movimiento de los astros
era una de ecuantes.
La aportación de
Copérnico a este modelo no fue de fondo, sino de forma. Lo que Copérnico tenía
en mente no era poner en cuestión la validez del modelo geocéntrico de
Aristóteles, sino simplificar el cálculo en el aparato de Tolomeo. Esta es
precisamente la razón de que, a pesar de las opiniones contrarias que recibió
su trabajo, éste no recibiese amonestación formal alguna por parte de la
Iglesia, que por turno, si recibiría Galileo más adelante. En su tratado
anterior al De Revolutionibus (Commentariolus), que en esencia fue un
manuscrito que el mismo Copérnico distribuyó entre sus más cercanos amigos y
compañeros de oficio, éste deja bien claro que su propósito o idea es la de
simplificar el cálculo tolemaico de las tablas alfonsinas, las cuales
constituían la versión oficial de la época, pero no contravenir el modelo
geocéntrico en sí. El propio Osiander que prologa el libro de Copérnico (ad
lectorem) explica al lector cómo la intención de Copérnico no fue la de
describir la verdad en sí sobre el movimiento de los astros, sino sólo la de simplificar
el cálculo matemático del expediente tolemaico. Este paso lo dará Galileo más
adelante afirmando la realidad ontológica del modelo, que no sólo representa un
expediente matemático para salvar las apariencias, sino que también refleja la
verdadera naturaleza del mundo y el tránsito de los astros.
Hoy día ya
sabemos que estas anomalías, y sus intentos de resolverlas, tienen su causa en
la proyección del movimiento terrestre sobre el movimiento de los astros. La
idea de cambio de paradigma de Kuhn, de "programa de investigación"
de Lakatos o de inconmensurabilidad entre paradigmas de Feyerabend resulta aquí
pertinente al caso. En la concepción de estos autores sobre el cambio
científico (especialmente Lakatos), las hipótesis adicionales cumplen un papel
fundamental a la hora de solucionar este tipo de anomalías en nuestros actuales
modelos teóricos. Expresado en la terminología de estos autores, puede decirse
que todo programa de investigación parte de principios (core ideas) que no
responden a ningún principio de ciencia (heurística) común sino a un tipo de
ideología dominante (Feyerabend). Es precisamente por este motivo que la
interpretación fuerte del racionalismo austriaco (sin hipótesis auxiliares),
posición esta donde si se acepta la idea correcta de que existe un principio
universal de progreso y objetividad que guían las ciencias, denuncie este
enfoque como de "relativista," "hermenéutico" y
"falaz."
Incluso si se
admite la idea de que no existen marcos teóricos universales que hagan posible
el progreso científico de forma coherente, ordenada y compatible, habrá de
admitirse que las teorías, en tanto que constructos racionales, persiguen unos
objetivos dentro de un rango de aplicación concreto donde éstas serán o no
compatibles entre sí (Hoppe). Pero partir de este supuesto es un absurdo. La
razón fundamental por la que una interpretación racionalista fuerte
(praxeología) debe rechazar toda hipótesis adicional se debe al hecho de que no
queramos que la investigación en el ámbito de la economía se convierta en una
de epiciclos y ecuantes (que es lo mismo que decir de rizos sobre rizos). Y sin
embargo es el propio Lakatos el que nos da un atisbo de heurística sana en la distinción
que realiza entre programa de investigación progresivo (las hipótesis
adicionales dotan de mayor poder explicativo a la teoría) y regresivo (las
hipótesis adicionales se incluyen como apoyo auxiliar frente a las anomalías). La
única puntualización que puede hacerse desde una posición racionalista fuerte frente a esta distinción reside en subrayar el
hecho de que las hipótesis sanas no hacen referencia a los hechos, sino a las
ideas. Los principios de partida de un modelo teórico nunca podrán ser
contrastados con lo real, pues para poder contrastar algo necesitamos un modelo
teórico previo que dé sentido a nuestras observaciones. No resulta razonable
requerir que los primeros principios de una teoría puedan ser verificados, pues
no disponemos de fenómeno alguno contra los cuales medirlos o contrastarlos.
Todo enunciado
que afirme o niegue algo sobre la realidad contiene por ello mismo
instrucciones precisas de cómo medir su valor de verdad, y esto se aplica
también en el ámbito de las ideas. Tanto en el caso de las ciencias naturales
como en el de las sociales, no es posible valorar hecho o idea alguna sino es
sobre la base de un conjunto de creencias previas, pues la filosofía todavía no
cuenta con un lenguaje de observación puro. Si se quisiera poner a prueba este
conjunto de creencias previas se necesitaría a su vez de otro conjunto de
creencias previo al anterior que otorgue sentido a nuestras observaciones,
tanto en el mundo racional como en el empírico. Esto implica que, si no se
quiere partir de un conjunto de hipótesis o axiomas arbitrarios imposibles de
justificar (ni por medio de la razón ni por recurso a la experiencia), se haya
de preferir partir de la certeza inherente a todo enunciado analítico, sobre
todo, si se pretende un rango de aplicación "universal." Y sin
embargo, tomar constancia de estos principios no tiene nada de natural.
Parte de la
acusación de irracionalistas o relativistas a estos autores no reside ya tanto
en lo que estos dicen o afirman sobre el método científico, como en la
congruencia de sus afirmaciones. En su libro Against
Method and Science in a Free Society
Lakatos realiza una interpretación correcta de la racionalidad del caso
contra Galileo donde se defiende la racionalidad de la iglesia frente a la
irracionalidad y cabezonería del último que no es compatible con la creencia
previa del autor de que no existe un patrón de medida racional único en función
del cual medir la validez de una teoría, ¿Pues a qué racionalidad apela Lakatos
para afirmar que la Iglesia si fue racional mientras que Galileo no lo fue? Es
obvio que él se refiere a la congruencia de los principios de partida con los
fenómenos observados, es decir, la relación existente entre el conjunto de creencias
previas que confirmaban lo observado en los fenómenos y la idea de que la
tierra se encontraba en verdad estacionaria (los cuerpos caen de forma
vertical, no existe el viento de cola, imposibilidad de probar la paralaxis,
los movimientos observados de los astros, etc.), ¿Pero qué es lo que nos
permite determinar que en este caso era racional defender un cuerpo de creencia
erróneo mientras que defender la postura correcta no lo fue? O expresado de
otro modo, si todas las teorías son inconmensurables entre sí, ¿Por qué la
actitud de Galileo si es irracional mientras que la de la Iglesia no lo fue?[ii]
¿Quiere esto
decir que toda hipótesis que se lance es de por si mala? Es obvio que no se
puede negar el valor de lanzar una hipótesis atrevida en el marco de las
ciencias naturales (tesis heliocéntrica, restructuración teórica de todo el
modelo), pero el abandono de una teoría por otra sólo tiene sentido si se parte
de un proceso de racionalidad común previo que las haga conmensurables. El
proceso que define la racionalidad de una teoría en este rango de aplicación no
es distinto del que opera en las ciencias sociales. La historia de la ciencia
es una que nos habla del poder explicativo y predictivo de las teorías precisamente
a partir de la inclusión o no de hipótesis auxiliares (cuánto se explica más
que la teoría anterior, qué queda fuera, qué se gana, etc.), pero el valor de
toda teoría no es histórico o local, sino universal y genérico al hallarse
operando los mismos principios de razón sobre el proceso de elección en sí. El
sentido de incluir hipótesis adicionales en la investigación racional persigue
el mismo objetivo de reestructuración del modelo de partida que el que se
persigue en las ciencias naturales. Que los principios de partida sean
racionales no quiere decir que se trate de verdades que sean autoevidentes,
pues su valor de verdad sólo se nos pueden hacer patentes en la reflexión o el
estudio.
Desde este punto
de vista, el sentido de toda hipótesis adicional sana es el de buscar contraejemplos,
no apuntalar el aparato teórico deficiente previo que ya no funciona. Pero una
teoría no puede validarse o no por recurso a la experiencia, sino por medio de
la introspección de los principios de razón que dan sentido a nuestras
observaciones. Una cambio de paradigma no ocurre sobre la base de una nueva
interpretación de los hechos incompatible con el aparato teórico anterior, sino
reexaminando los principios de razón que dan sentido a lo que vemos. La razón
de que esto sea así se explica por el hecho de que no haya nada en los hechos
que nos permita decantarnos por diferentes teorías en pugna, pues que dos
teorías se hallan en pugna implica una diferente interpretación de los
fenómenos. Si lo que se pone en cuestión es la interpretación de un fenómeno,
examinar ese mismo fenómeno no sirve para salir de dudas.
El estatuto de
verdad de una teoría, siguiendo a Quine, no puede medirse de forma aislada por
medio de enunciados concretos, sino que debe hacerse en conjunción con otras
hipótesis y asunciones de fondo adicionales. Se trata de la tesis Duhem-Quine
sobre la imposibilidad de confirmación aislada de hipótesis al requerir éstas
de otras hipótesis y supuestos de fondo que dan forma y consistencia a la
teoría. La forma de operar aquí es muy similar al proceso de confirmación y
invalidación de hipótesis en el mundo racional. En el ámbito empírico una
hipótesis aislada es incapaz de realizar predicción alguna mientras que en el
ámbito racional éstas carecerían de implicaciones. Y aquí la ciencia tiene dos
formas de operar. En el caso de Copérnico, tal y como fue, se puede argumentar
que los objetos caen siempre de forma perpendicular y que ello invalida la idea
de que la tierra pueda moverse alrededor del sol. Pero el hecho de poder
aceptar esta hipótesis como valida depende a su vez de otras serie de hipótesis
y supuestos que no se encuentran de partida en la hipótesis original de que los
cuerpos siempre caen de forma perpendicular al suelo. Es decir, este enunciado
contiene una carga teórica que no es susceptible de verificación empírica. Al
objeto de afirmar lo contrario, uno siempre podrá desarrollar una forma
diferente de cálculo al estilo de Tolomeo que salve el nudo central de nuestras
afirmaciones frente a la aparente contradicción que se mantiene con los
fenómenos. Es por eso que toda forma de testeo, incluso en el ámbito de las
ciencias naturales, tiene un carácter racional y no empírico pese a las
apariencias.
Realizar una
hipótesis implica que uno desconoce algo. Esta es la razón de que toda
hipótesis, si se realiza, deba de tener una carácter provisional y transitorio.
A diferencia de lo que piensan los críticos del método racional, se trata aquí
de un saber abierto a campos insospechados, no cerrado y hermético. De forma
tradicional se ha argumentado que el método racional no nos puede llevar a
descubrir nada nuevo (se cierran las puertas a la investigación), pero esto no
es cierto, pues al pensar en las implicación de los conceptos e ideas que se
presentan, y al desmadejar sus entresijos, uno aprende cosas nuevas. Y es obvio
que uno no puede aprender nada nuevo preservando al mismo tiempo el aparato
conceptual antiguo que daba sentido a nuestras observaciones (el saber de nuevo
cuño siempre desplaza al viejo y obsoleto).
Lo que pone en
evidencia actitudes como la de Tolomeo se ve claro en el hecho de que resulta
perfectamente posible mantener un mapa inadecuado del mundo que no contradice a
la experiencia por medio de incluir parches adicionales al modelo original que
nos ayuden a "salvar las apariencias" fenoménicas (programa de
investigación regresivo). El hecho de contar con un aparato keynesiano que
dispone de abundantes instancias empíricas de confirmación que lo avalan no
implica que uno tenga un mapa adecuado del mundo capaz de explicar el
comportamiento humano de forma eficaz y fidedigna, sobre todo, si en lugar de
explicar "más" cada vez uno explica "menos." En este orden
de cosas, por ejemplo, resulta perfectamente posible mantener la idea de
incorrecta de que un aumento de la masa monetaria no produce inflación si ello
se da de forma pareja a un aumento paulatino de la producción, medir en la
realidad y comprobar que ello efectivamente es así, pues si hubo inflación,
siempre se podrá argumentar que la producción no aumentó de forma consecuente
con el incremento del dinero. Y un constructo teórico que necesita de tantas
hipótesis y parches adicionales no puede ser de fiar. Es decir, que siempre se
ha de poder preferir la explicación más simple.
Conclusión:
La confusión de
autores como Kuhn sobre el proceso de cambio científico y la
inconmensurabilidad de los paradigmas reside en el hecho de no admitir que todo
proceso de confirmación siempre es racional pero nunca empírico, tanto si éste
se da en el ámbito de las ciencias naturales como en el de las sociales. No hay
nada en la realidad que nos permita decantarnos entre dos teorías en pugna al
margen de todo sistema conceptual previo. Una hipótesis sólo representa en
apariencia el punto de partida del cálculo porque ninguna cantidad dada de
datos empíricos puede poner a prueba los principios de base que dan sentido a
nuestras observaciones. Si uno quiere decir que su cálculo parte de una
hipótesis, es fácil mostrar mediante tesis Duhem-Quine que ello no es así, pues
resulta del todo imposible presentar una hipótesis si algo no se percibe como
problema. Es decir, el hecho de constatar la hipótesis en el cálculo implica de
por sí que existe un conjunto de creencias previos en conjunción con los cuales
aquella tiene sentido. Y esos principios de razón que dan sentido a la
hipótesis en sí no son susceptibles de verificación empírica. La única manera
que se tiene de modificar estos principios es por medio del examen racional; no
por recurso a la experiencia, pues todo enunciado empírico contiene una carga
teórica.
The Duhem–Quine thesis
(also called the Duhem–Quine problem, after Pierre
Duhem and Willard Van Orman Quine) is that it is impossible to test a scientific hypothesis
in isolation, because an empirical test of the hypothesis requires one or more background
assumptions (also called auxiliary assumptions or auxiliary
hypotheses). The hypothesis in question is by itself incapable of making predictions.
Instead, deriving predictions from the hypothesis typically requires background
assumptions that several other hypotheses are correct; for example, that an
experiment worked as designed or that previous scientific knowledge was
accurate. For instance, to "disprove" the idea that the Earth is in motion, some people noted that birds did not get
thrown off into the sky whenever they let go of a tree branch. This is no
longer accepted as empirical evidence
that the Earth is not moving, because we have a better understanding of physics.
[i] Fue Duhem el que nos legó la definición más
precisa de "salvar los fenómenos" (σῴζειν τὰ φαινόμενα, sozein ta
phainomena) frente a la idea de "explicación" al amparo de la
"Revolución Copernicana," pero la inspiración la obtuvo éste de Tomás
de Aquino y su idea de que los fenómenos también podían describirse en función
de su apariencia sensible (possunt salvari apparentia sensibilia).
[ii] Lo común
entre los historiadores de la
ciencia es la de aceptar esta interpretación correcta sobre la racionalidad del
proceso a Galileo. Es el saber popular el que normalmente presente a Galileo
como un mártir de la ciencia frente al dogmatismo eclesiástico, pero lo cierto
es que Galileo jamás pudo satisfacer las condiciones de verificación que le
impuso la Iglesia. Es decir, que contra toda evidencia, éste decidió publicar
su libro, y ello, con toda la soberbia del mundo. Copérnico fue más humilde, probablemente, por
ser conscientes de tales objeciones y no tener una respuesta convincente a las
mismas (véanse las críticas de Tolosani), pero Galileo quería tener razón.