El Austroliberal, Birmingham 10 de Enero de 2014, por Jorge A. Soler
Sanz
Nos gustaría reconocer al lector el hecho de que este autor siempre ha sido
anarquista de una forma más o menos coherente a lo largo de toda su vida. Pero
lo nuestro ha venido a ser una toma de consciencia paulatina sobre algo que de
alguna manera siempre ha estado presente en nuestras vidas aunque haya sido de
forma latente. De jóvenes (no implique el lector aquí que ya no lo somos) no
éramos muy conscientes de este hecho, pero siempre nos hemos comportado ante el
Estado como si se tratara de un enemigo declarado. Recuerdo en una ocasión,
allá por 1999, donde me negué a pagar la tasa de mi DNI, frente a la
estupefacción e incredulidad del funcionario que en ese momento sostenía en la
mano nuestro carnet, por no tratarse de un pago voluntario. En aquel entonces
no alcance a comprender la idea de estar obligado por ley a pagar por algo que
todo el mundo sabe es obligatorio. La idea de que el Estado podía obligarme por
un lado a poseer un carnet y pagarlo por el otro me pareció una contradicción
imperdonable. El agravio fue tal, que me fui de la comisaria sin carnet y, para
decirlo todo, la verdad es que sigo sin él desde entonces. La ofensa de
exigirme por ley que pagara por algo me pareció tan grave que en verdad todavía
me dura. ¿Qué sentido tiene obligar a alguien a pagar por algo frente a lo cual
no se da ninguna alternativa? O expresado de otro modo, ¿Tiene sentido obligar
por ley que un ciudadano pague por algo o que contrate un servicio? Y si esto
es así, ¿Qué fuente del derecho lo justificaría?
Decía Almudena Negro el otro día en el Instituto Juan de Mariana que el
IRPF debería de abolirse por poner éste en el punto de mira al individuo, que
siempre será "sospechoso" frente al Estado de producir riqueza. Aquí
no se trataba de quitar importancia a la parte económica del asunto (penalizar
la producción, recordaba Almudena), sino en señalar su aspecto político (un
ciudadano que no ha roto la ley no debe de ser sospechoso de nada, como tampoco
se puede exigir de él que declare contra su voluntad). Esto me hizo recordar un
encontronazo que tuve aquí en Inglaterra con la policía hace ya un tiempo por
bajar una cuesta de noche con la bici haciendo manual mientras regresaba a casa
de casa de unos amigos. De verdad que no somos unos imprudentes (la calle
estaba desierta), pero cómo sabemos que no hay nada en el manual contra este tipo
de actividades, me negué a darle mi nombre al agente al objeto de que no me
multara. El policía, por su parte (un poco desde el descrédito) me informó que
no tenía derecho a reservarme esta información y me ordenó de inmediato que se
la comunicara. Ante esto yo le pregunté ¿pero agente, si como hombre privado de
libertad tengo derecho a permanecer en silencio, no le parece a usted que como
hombre libre también lo debería de tener y con más razón?, pero tras decir esto
me arrestaron y acabé en la comisaría. Al final me tuvieron que soltar sin
multa ni cargos, pero, todo hay que decirlo, en el entretanto me pasé unas
horitas en el calabozo acusado de "negarme a declarar contra mí
mismo." Y después de todo, la verdad es que se podrían haber ahorrado el
trabajo, pues ya les advertí de entrada que no era posible multarme en base a
la presente normativa (ni siquiera tengo carnet de conducir), pero entiendo que
para la policía un ciudadano que se niega a declarar contra sí mismo ha de ser
de lo más sospecho.
Almudena Negro tiene toda la razón al pedir que se extinga este
impuesto, pero para mí, no por una razón política, o una razón económica, sino
por una cuestión ética de fondo. Los impuestos, sean del tipo que sean, atentan
contra el axioma de no agresión, y no tiene mucho sentido postular una agencia
protectora de la propiedad privada que se ve ella misma obligada a expropiarla
para poderla proteger. Esto no tiene mucho sentido. Ningún impuesto debería
estar permitido. Si el IRPF obliga a declarar a los productores, el IVA obliga
a declarar a los comerciantes. La apariencia nos parecería indicar que en
verdad es el cliente el que abona este impuesto de forma voluntaria tras
comprar el producto, pero una factura sin IVA es una factura donde el
comerciante se queda en verdad con el supuesto valor añadido que este impuesto
impone en el producto vendido. Pero incluso si se admite que esto no es así,
todavía tiene que verse claro el hecho de que el comerciante aún se encuentra
en una situación donde se le obliga a declarar frente a hacienda. El cliente
podrá comprar o no un producto, pero nunca se le pide declarar nada por hacerlo
o no hacerlo.
"Claro," dirán algunos, "pero si no se paga ningún tipo
de impuesto tampoco habrá gobierno." Y, sin embargo, gobierno si habría;
lo que no habría sería Estado. Aquí tampoco se trata de cortar por lo sano y
hacerse impopular de la noche a la mañana, pero toda propuesta política que se
presente como alternativa a la opción social-demócrata debería ser "pro
recorte paulatino," pues votando pero siguiendo financiando no se elimina
la raíz de este problema. Después de todo, la única función legítima de
gobierno es la judicial (la legislativa y ejecutiva es propia de los
propietarios) y es fácil mostrar cómo la financiación en este ámbito repercute
positivamente en la calidad de la justicia impartida cuándo ésta es privada y
no pública. Hoy día, tal y como reconoce Almudena Negro, sólo existe una opción
política de fondo, es decir la social-democracia, luego el ciudadano sólo vota
para determinar qué partido cumplirá mejor este proyecto, y la idea de que la
justicia debe ser pública es parte de ese programa unívoco de pensamiento. Si
realmente se quieren separar los poderes de gobierno, la tarea primordial ha de
consistir en restituirlo a su tarea legítima originaria, es decir, a la
protección de la vida, la propiedad privada y los contratos, y dejar que sean
los individuos los que legislen y ejecuten en sus terrenos alodiales
inalienables.
Creo que la charla de Almudena Negro tiene un eco inconsciente de
resonancia en la población que, sin saberlo muy bien, también tiene esa
impresión, tal y como yo mismo la tuve hace años, de que el político (el
funcionario) le está tomando a uno el pelo, que el ciudadano tampoco tiene en
verdad una opción real de elegir nada, que todo parece como si los políticos ya
lo hubieran decidido todo de antemano y sólo contaran con nuestro voto para
poder implementar sus programas de partido y, en el fondo, que de nada sirve
negarse frente a este hecho. Sin embargo, creo que aquí el pueblo es también
responsable de esta dinámica (por más inconsciente que éste sea o lo parezca
ser), pues de una manera o de otra se ha dejado seducir por la idea de que
resulta posible hacer un uso partidista de las funciones de gobierno. Esto nos
ha llevado a una situación donde el ciudadano de a pie considera que el
político puede representarle en relación con derechos que son
"irrepresentables" en el mundo real por tratarse de meros
privilegios; es decir, de excepciones a la norma. Desencantado, como ningún
individuo puede exigir de su vecino que le pague la factura del médico, o la
del colegio de sus hijos, votamos a un político con la expectativa de que éste
lo pueda hacer por nosotros. Y, sin embargo, resulta del todo incorrecto decir
que uno tiene derecho a la salud económica de otra persona aunque se use a un
político como comodín para justificarlo. La única manera que tiene un Estado no
productor para dar a unos consiste en quitar primero a otros. Y es obvio que
ese que recibe los privilegios y excepciones los ha de tomar con buen gusto,
pero lo mismo no puede decirse de ese que renuncia de forma involuntaria a
parte de sus ingresos para poderlo financiar. Para poder contar con una
alternativa clara a la social-democracia actual, hay que eliminar los dos
componentes del binomio y no sólo uno, es decir, se trata de eliminar tanto el
socialismo como la democracia. Si robar, asesinar y faltar a los contratos son
actividades contrarias al derecho, votar o no votar carece de sentido; pues
¿Para qué se vota?
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