El
Austroliberal, Birmingham 29 de Enero de 2014, por Jorge A. Soler Sanz
Cuando
desde la teoría económica hablamos de "costes de oportunidad," nos
referimos a la actividad comercial o económica que nunca tuvo lugar, o la que
ya no podrá realizarse, debido a determinadas políticas económicas, uso de los
recursos, etc. El problema con los impuestos progresivos, que a priori bien
podría parecer la postura más justa a tener si no se puede prescindir de los
impuestos (por eso de que el que más gana también paga más), es que constituye
un tema difícil de tratar por hallarse su justificación en contra en una lógica
de contrafácticos. Se trata de un tópico en filosofía decir que no puede haber
una ciencia contraria a los hechos porque nunca es posible determinar el
alcance de las consecuencias para acciones que nunca tuvieron lugar. Es decir,
que la reflexión económica, en eso que tiene que ver con la determinación de
las consecuencias no observadas de una acción que jamás se realizó, representa
un punto de vista en lo teórico frente al cual siempre se duda.
Y,
sin embargo, el problema tampoco es tan complejo como parece. La plausibilidad
de los escenarios propuestos siempre descansan en la elucidación de la lógica
de la acción racional. Las predicciones económicas, por ejemplo, también pueden
ser consideradas como contrafácticas en la medida en la que predicen un hecho
que todavía no ha sido. Si decimos que la creación de masa monetaria crea
inflación, o que la liquidación de la deuda crea deflación, ello no se debe a
lo observado en los fenómenos, sino que a ese resultado se llega a partir del
estudio de la lógica de la acción racional. A efectos prácticos, da igual si la
tendencia observada es la de creación indiscriminada de deuda o su liquidación,
pues siempre puede darse el caso opuesto al que tratamos de predecir. Que se
den prácticas inflacionarias y que se prediga inflación no quiere decir que no
se pueda predecir lo contrario para el caso de la liquidación de la deuda. O
expresado de otro modo, no es lo mismo observar el fenómeno de la inflación y
explicar de forma causal cómo se ha llegado ahí, que partir de la posición
precedente y predecir este fenómeno cuando se observan prácticas inflacionarias.
¿Por
qué decimos entonces que la implantación de unos impuestos progresivos crearían
pobreza e impedirían la movilidad social? Para ilustrar este ejemplo supongamos
que la empresa A dispone de 5 directivos que cobran 50.000 euros anuales y 50
trabajadores que cobran 1000 euros por cabeza y por el mismo periodo. La idea
general que se tiene es que si, por ejemplo, a cada uno de esos 5 directivos se
le quita 10000 euros mensuales para repartirlos entre los 50 empleados todos
los meses, los que más ganan no pierden tanto mientras que los que reciben
estas cantidades habrán de notar con necesidad este incremento de sus salarios
debido a la mayor utilidad marginal que para el obrero tienen estos ingresos
adicionales si tenemos en cuenta la situación de escasez anterior de la que se parte.
En este caso se trataría de unos ingresos de 2000 euros al mes por persona, lo
que es justo el doble de los ingresos anteriores.
El
problema, sin embargo, es que en un contexto donde los impuestos son
progresivos, la actividad económica extra que justifica este reparto adicional
a los ingresos nunca se llega a realizar. Si como individuo yo sé que cuanto
más gane más habré de pagar, siempre se llegará a una situación donde el
esfuerzo de más para conseguir esos ingresos no resultará rentable en función
de los ingresos finales esperados. De la única manera que parece posible
producir lo suficiente como para justificar el reparto de estos ingresos
adicionales es si, mes tras mes, ese al que se expropia mantiene la expectativa
de recibir los mismos ingresos de forma íntegra aunque luego no lo haga. En
verdad esa actividad extra que justifica también unos ingresos extras nunca se
llega a realizar, y en la medida en que se produce menos, también será cierto
que de forma agregada seremos todos más pobres y no más ricos. Pero incluso en
el caso de que se pudiera producir de forma "extra" para repartir también
de forma "extra," repartiendo lo que ya hay no se produce riqueza
alguna, sino que simplemente se distribuye de otra manera.
La
dificultad inherente a la movilidad social para un individuo bombardeado por un
sistema de impuestos progresivos puede deducirse de forma segura a partir de lo
ya expuesto. Si cuanto más gano más impuestos he de pagar, es obvio que si
antes ganaba X (es decir, antes de los impuestos) y hoy quiero ganar lo mismo (una
vez estos ya se han implementado) tendré que realizar un esfuerzo adicional que
antes no tenía que llevar a cabo para obtener los mismos ingresos, cosa esta
que hace cada vez más difícil subir en la escala social. O expresado de otra
manera, si se implementa un sistema de penalización frente a ese que más gana,
lo lógico es esperar un decrecimiento de la producción y no unos mayores
ingresos para todos. Pensar lo contario implica de alguna manera partir de la
premisa equivocada de que la riqueza es un dado constante que no varía, pero que
está mal distribuida.
Pero
con la instauración de un sistema de impuestos progresivo además se altera la
utilidad marginal y uso de los ingresos en el trabajador que de alguna manera
ve incrementado de repente sus ingresos realizando el mismo esfuerzo que en la
situación anterior donde no los recibía. Si éste antes tenía que trabajar 8
horas para ganar 1000 euros al mes, ¿no habría de querer trabajar ahora sólo 4
horas y recibir la misma cantidad al verse subsidiado por los ingresos
adicionales que obtiene de los directivos de la empresa? Es así que, en la
medida que más y más gente comienza a tener la expectativa de ganar lo mismo
pero trabajando cada vez menos, la justificación de los ingresos adicionales
que permiten expropiar al directivo de la empresa ya no tienen el mismo peso
relativo que en la situación anterior donde se producía más. Con todo ello, no
cabe duda, se acaba en una situación mucho peor que la anterior, pues el hecho
de que los directivos de la empresa reciban menos ingresos implica en este
contexto que estos tampoco podrán repartir lo mismo que antes al ser la
producción ahora también más escasa.
Un
caso extremo de esta forma de externalizar el trabajo adicional que justifican
los ingresos la tenemos en el empleado público, pues al recibir éste protección
por parte del Gobierno, siempre acaba cobrando lo mismo tanto si hace bien su
trabajo como si no. Y el problema relativo a los costes de oportunidad es que
aquí sólo nos fijamos en la actividad económica que tiene lugar, pero no en la
que podría darse si el funcionario del Estado no recibiera este tipo de
protección y se rigiera por los mismos principios de trabajo y obtención de
recursos bajo los que operamos todos los demás que no disfrutamos de tales
privilegios. Un hombre no debería de querer trabajar bien por miedo a las
consecuencias de no hacerlo (expediente disciplinario, de trabajo, despido,
bronca del jefe, etc.), sino que uno debe querer hacerlo sólo teniendo en mira
la consecución de los deseos y objetivos que justifican el trabajo en primer
lugar. La diferencia entre un esclavo y un hombre libre consiste precisamente
en el hecho de que el primero trabaja por miedo a su jefe, mientras que el
segundo lo hace para poder lograr algo. Si un por un lado es la creatividad y
la pasión la que guía al trabajador privado, al trabajador público le mueve el
miedo y el temor de perderlo. El trabajador público está en una situación donde,
no importa el número de horas que trabaje, o el entusiasmo que ponga en el
trabajo, pues éste siempre recibirá los mismos ingresos, que por otro lado se
garantizan, mientras que el resto de trabajadores privados, que no tienen
garantizados sus ingresos, sólo pueden esperar recibir en función del trabajo y
dedicación individual que cada cual dedique para lograr tales objetivos como
recibir unos mayores o menores ingresos.
Los
impuestos progresivos desincentivan al individuo privado de la misma manera que
garantizar unos ingresos lo hace al trabajador público. En verdad se trata aquí
del mismo fenómeno, pero, si cabe, de manera más suavizada en el caso del
trabajador privado que sólo ve reducido en grado su capacidad para obtener unos
mayores ingresos a través de la instauración de un sistema de impuestos
progresivo. La puesta en práctica de tal sistema habría de introducir en la
empresa privada esa tendencia perversa en la que ya vive el trabajador público
y que le desincentiva en el mundo del trabajo. Es decir, que los impuestos
progresivos desincentivan tanto a los directivos, que ahora lo tienen más
difícil para obtener los mismos ingresos, como a los trabajadores, a los que
sume en una dinámica parecida a la del trabajador público (ahora trabajo lo
mismo o menos pero me pagan lo mismo o más que antes). Los sistemas de
impuestos progresivos no constituyen solución alguna frente a la brecha
salarial de los ingresos, pues sólo consiguen reducir esta diferencia a costa
de hacer a todo el mundo más pobre. Pero la justificación no sólo es económica,
sino también de fondo, pues en verdad sería un infortunio acabar con un sector
privado que desprende el mismo tufillo, y exhibe la misma falta de lustre (en
verdad no hay nana más horrible que un instituto de barrio o una vivienda de
protección oficial), que el público. Es decir, que uno debe siempre querer
eliminar este tipo de impuestos si sólo por marcar las distancias, y establecer
las diferencias, entre las formas pública y privada del trabajo.
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