El Austroliberal,
Birmingham 15 de Junio de 2014, por Jorge A. Soler Sanz.
El problema de si
todo aumento de la masa monetaria produce o no inflación es un tema de debate
que tradicionalmente ha enfrentado a la Escuela Austriaca (EA) con el resto de
enfoques económicos, sean estos mayoritarios (keynesianismo en su mayoría) o no
(como por ejemplo la nueva MMT, los enfoques monetaristas o de la Escuela de
Estocolmo). Creo que este problema que nos ocupa requiere de aclaración, pues
en el fondo del asunto se encuentra el tema de si se puede o no justificar el
gasto público para promover el crecimiento económico y estimular la economía. La idea
fundamental que nos recuerdan aquí los defensores de otros enfoques es que un
nivel de déficit sostenible es siempre recomendable, ya que, después de todo,
son las cuentas corrientes del ciudadano las acreedoras del mismo. Que el
Estado dispone de un superávit implica que la sociedad civil dispone de menos
fondos para gastar, pues en este caso se convierte en acreedora del Estado, lo
que implica que la situación opuesta donde el déficit se sitúa de parte del Estado
ha de ser preferible.
¿Por qué se
produce el fenómeno de la inflación?
El fenómeno de la
inflación es opuesto al fenómeno de la deflación. Mientras que lo primero viene
definido por un aumento relativo del precio de todos los bienes y servicios, lo
segundo se rige por su caída generalizada. Normalmente, se dice que hay
"inflación" cuando el Estado aumenta la cantidad total de la masa
monetaria de forma relativa a la producción total de bienes y servicios. Para
hacer gráfico este problema, supongamos el siguiente escenario. En una economía
dada, las fronteras de la producción determinan que sólo se puede producir
100.000.- unidades de un producto de consumo determinado (digamos pan) en un
contexto donde al menos unas 200.000.- personas demandan este bien de consumo
todos los días. Cuando hablamos de las "fronteras de la producción"
nos referimos al hecho de que, en este escenario, ni la mejora de la técnica,
ni la puesta en escena de más inversión, bienes del capital o fuerza de trabajo
se traduce en una mayor producción de ese bien. O expresado de otro modo, que
esas 100.000.- unidades de pan que esa economía produce constituye el límite
de su capacidad productiva.
Si partimos de
esta situación, nos daremos cuenta
de algo que destaca a primera vista. Si esa economía sólo puede producir
100.000.- panes, y si existe un total de 200.000.- personas demandando ese bien, va a
tener que haber gente que tenga que prescindir de ese bien de consumo, pues no
hay suficiente para darles a cada uno una unidad por persona. En este orden de
cosas, siempre será posible repartir medio pan por individuo, pero no un pan,
pues el número total de individuos es aquí mayor que la producción. Si asumimos que el mercado
dispone en este contexto de un mecanismo de precios y que la unidad de pan se
vende por un valor nominal de 1 euros, por ejemplo, cualquier aumento de la
masa monetaria se traducirá en inflación. Digamos para el caso que el Estado
decide doblar la cantidad de la masa monetaria y que ésta aumenta en el conjunto de la población de forma proporcional. Es decir, si yo antes ganaba 100 euros al mes ahora gano 200.
Lo que ocurre ahora es que, al disponer yo del doble de capital, y si soy de
los que antes renunciaba a comprar pan debido a su precio para poder adquirir
otras cosas, podré acceder a ese bien de consumo (pan) al disponer de más dinero que antes no tenía. Pero al hacer esto, el pan acaba por terminarse antes (debido a
la nueva demanda) de lo que habría hecho en el caso de que el Estado no hubiera
imprimido más deuda.
¿Puede haber una
inflación negativa?
En economía, por lo tanto, hablamos de deflación cuando la velocidad del dinero es alta (hacia el banco
central) y baja (hacia la población civil). Es decir, que en este orden de
cosas el dinero se extingue con más velocidad que se produce, luego con ello se
acaba en una bajada general de los precios al objeto de equiparar las
preferencias temporales del consumidor con la cantidad decreciente al uso de
los medios de intercambio. En el ejemplo anterior, hemos visto como un aumento
de la masa monetaria, allí donde la producción permanece constante, se resuelve
necesariamente en inflación. ¿Pero qué ocurre en aquellos casos donde no hemos
llegado a la frontera de la producción pudiéndola aumentar de forma relativa al
incremento de la masa monetaria? ¿Podemos seguir diciendo en este caso que se
da inflación? Huelga decir que aquí entramos de lleno en un terreno de contrafácticos,
es decir, contrario a los hechos, pues se trata de valorar las consecuencias
de sucesos que nunca tuvieron lugar. Es obvio que, partiendo de una
situación inicial donde sólo se disponía de 200.000.- consumidores de pan con
unos ingresos fijos X para poder gastar en 100.000.- unidades de pan, si doblo
la masa monetaria en conjunción con la producción pasando a tener 200.000.- unidades
de pan, la inflación no aumentaría, sino que se quedaría donde está. Pero el
problema no es aquí determinar este hecho, sino valorar que hubiera pasado si
el resto de condiciones se hubieran mantenido constante y no hubiera habido un
aumento relativo de la masa monetaria a la producción de bienes y servicios. En este caso estaríamos
en una situación donde el conjunto de la economía habría producido 200.000.-
panes para 200.000-. individuos, luego el precio hubiera bajado permitiendo que
los que antes no podían acceder a este bien de consumo lo puedan hacer según
las nuevas condiciones de consumo. Y esta es la inflación que no se tiene en
cuenta. El error consiste aquí en pensar que, tras el aumento de la masa
monetaria, los panes se van a seguir vendiendo al mismo precio, lo que no es
cierto. Las mismas restricciones que operaban antes sobre esos que sólo podían
comprar una barra de pan a tales precios se siguen manteniendo ahora, y el hecho
de que en este caso exista más masa monetaria en circulación, las levanta. Si
yo antes sólo podía comprar un pan, con el aumento de la masa monetaria podré
comprar 2, mientras que el que no podía comprar nada sólo comprará 1, pero al
hacer esto, los precios comienzan a subir hasta acabar en la situación
anterior, donde no todo el mundo tiene fondos para acceder al pan. Sin el
efecto corregido de la inflación ocurriría más bien una bajada generalizada de
los precios, lo que en este caso permitiría que nadie se fuera sin pan
(200.000.- panes para 200.000.- usuarios.
¿Debe el Estado
estimular el gasto público?
La mayoría de
defensores del gasto público justifican el aumento de la masa monetaria precisamente
sobre el carácter FIAT del dinero. El otro día escuche a un defensor de la MMT (Warren
Mosler) el siguiente ejemplo que me parece bastante ilustrativo. Si yo ofreciera
mi tarjeta comercial de visita por 100 euros a cambio de nada, lo más probable
es que nadie me la comprara, pero si yo determinase que, por ejemplo, nadie pudiera
tener una casa (o lo que sea) sin la misma, la gente las comenzaría a demandar,
al menos para poder tener este tipo de cosas. Al yo determinar aquí que sin mi
tarjeta de visita nadie podría poseer determinadas cosas, la situación cambia.
En este orden de cosas, si que podría ofrecer mis tarjetas de visita a la venta. Es porque se quiere acceder a determinados bienes y servicios
que comienza a tener sentido demandarlas. Supongamos ahora para simplificar el caso que
la capacidad productiva de una economía sea de 25 coches al año y que sólo
existen 25 actores económicos en este escenario que los demandan. Si yo como fabricante sólo imprimiera 24 tarjetas de visita para poder comprarlos a un precio nominal de 1 coche por tarjeta, va haber
una persona al menos que no va a poder acceder a este bien de uso. Como yo dispongo de
este monopolio de impresión de tarjetas, la gente no podrá adquirir los bienes
y servicios que venda si yo no decido imprimir primero.
Supongamos aquí
un sistema de billetes de metro para usar este servicio. ¿Qué es primero la
oferta o la demanda? Obviamente, si la empresa que da estos servicios es la
única con autoridad para poner billetes de metro en circulación, si la misma no
los vende primero, nadie podrá usarlos para adquirir sus servicios de ninguna
manera. Para yo poder usar el metro con este sistema primero tengo que poder
adquirir uno de estos billetes, y al hacerlo, estos comienzan a tener un valor
de mercado. Esta metáfora se usa para explicar el por qué el Estado está
obligado a imprimir moneda, pues en caso de que se dé un subóptimo de consumo,
mucha gente no podrá comprar los servicios que el Estado ofrece (fundamentalmente,
pagar impuestos). Y esto es cierto, pero que el Estado tenga que tener este
monopolio sobre la emisión de la moneda, o que la expansión del crédito
estimule el comercio, sin embargo, no lo es. El valor de la moneda FIAT surge
del hecho de que la demanden los actores económicos, no para comprar bienes y
servicios, sino para saldar sus deudas con el Estado. El hecho de que los
actores económicos puedan a su vez reclamar bienes y servicios con esa moneda
es una consecuencia indirecta de su demanda de mercado, que es la que le da su
valor.
Y, sin embargo,
todavía existe una diferencia mucho más fundamental entre una empresa de metro
que vende billetes a sus usuarios para que estos puedan usar sus servicios y el
monopolio por parte del Estado en cuanto a la impresión de dinero FIAT se
refiere. Cuando un ciudadano adquiere unos de estos billetes, es la empresa de
metro la que se pone en deuda con sus usuarios, mientras que la demanda de
dinero FIAT depende de la deuda previa que el ciudadano tiene con el Estado. La
compañía de metro, aquí siempre estará atada de manos en función de cuáles sean
sus capacidades productivas, mientras que el Estado no lo está. Si la compañía
de metro sólo puede ofertar sus servicios a un total de 100.000.- personas al
día sin sufrir atascos y otros contratiempos, el hecho de que ésta ponga más billetes
en circulación no implica ningún aumento en su capacidad de ofrecer servicios,
mientras que la capacidad del Estado por endeudarnos parece infinita. Es decir,
que la empresa de metro, frente a todas la apariencias, no puede en verdad
poner cualquier cantidad de billetes que se le antoje en circulación, pues al
hacer eso con ello merma su capacidad productiva.
¿De dónde surge
el valor del dinero FIAT?
Siguiendo en esta
línea, supongamos la existencia de un parque de atracciones que vende tickets y
pulseras para acceder a sus servicios (principalmente, atracciones). Tal y como
ocurre en el ejemplo anterior de las tarjetas de visita, sería del todo
ridículo que el parque de atracciones pusiera a la venta sus tickets y pulseras
sin la posibilidad de poder usar sus atracciones e instalaciones de feria. Si
asumimos el hecho de que este parque de atracciones es un análogo del Estado,
veremos claramente la relación entre la puesta en venta de estos tickets (que
el parque de atracciones vende desde un punto de vista monopolístico) y la
impresión de moneda FIAT (que realiza el Estado). Lo que precisamente da valor
a estos tickets y pulseras no descansa en ninguna propiedad intrínseca de estos
objetos (digamos que las pulseras son bonitas), sino en el hecho de que con
estos tokens sea posible acceder a una serie determinada de bienes y servicios
(en este caso, atracciones de feria). El valor nominal de esos tokens al uso
viene determinado por la cantidad total de bienes y servicios que el parque de
atracciones está dispuesto a ofertar por los mismos (digamos un ticket por atracción, o una pulsera a cambio de disfrutar de todas la atracciones durante un día), pero esto no nos dice nada
de su valor de mercado. Si en este escenario alguien vendiera estos tokens de
contrabando a espaldas del parque de atracciones, el precio que el ciudadano
estaría dispuesto a pagar por los mismos sería distinto del que paga
en ventanilla (determinado por sus preferencias temporales y de consumo). El valor del dinero FIAT surge cuando la gente comienza a
abandonar el uso del dinero por estos tokens en la sociedad civil para pagar
por bienes y servicios que no oferta la entidad emisora (en este caso, el
parque de atracciones). Aquí podríamos decir que existe un valor de cambio entre el parque
de atracciones y el resto de la sociedad (el extranjero) distinto al nominal (que depende de cuánto valore la sociedad civil esos servicios). Dentro de sus
recintos, el usuario de estos servicios no podrá usar otro instrumento de pago
más que estas pulseras y tickets que pone en venta la empresa emisora, pero
fuera del recinto, se pueden usar otros medios de pago.
La situación
entre el parque de atracciones y el Estado es análoga a excepción de una
diferencia de gran importancia. Mientras que el parque de atracciones sólo
puede cerrar sus recintos de puertas para dentro (impidiendo que entren en él
cualquier número indeterminados de usuarios), el Estado puede cerrar sus
fronteras tanto de puertas para dentro como de puertas para afuera. Al hacer su
jurisdicción efectiva sobre todo el territorio nacional, el Estado no da
posibilidades al individuo a que pueda servirse de otros medios de intercambio
que los fiduciarios propios del Estado. Vaya donde vaya el ciudadano, la
jurisdicción es del Estado (parque de atracciones), lo que cierra las puertas
del sistema de forma efectiva. Lo que el Estado hace aquí es
obligar a que el productor pague impuestos de forma nominal y con dinero FIAT,
lo que en el caso del parque de atracciones equivale a obligar al vendedor
independiente de polos o palomitas a que pague una tasa sobre el suelo y
derecho a la venta por medio de devolverle sus tickets y pulseras. Cuando esto
ocurre en un sistema de dinero de mercado (oro), la gente comienza a dar
preferencia a los medios de cambio fiduciario. La razón de ello es que, en el
caso del vendedor de polos y palomitas, éste no podrá subsanar sus deudas con
el parque de atracciones (Estado) si primero no acepta por parte de sus
clientes el pago de estos tickets y pulseras a cambio de sus servicios (pues de alguna manera tendrá que obtenerlos).
¿Se justifica
entonces la inflación y el gasto público?
Como el Estado
dispone del monopolio sobre la impresión de moneda, la idea de que primero éste
tendrá que gastar para que luego nosotros (los ciudadanos) podamos saldar las
cuentas con él nos parece como algo intuitivo (como pasa en el caso del parque
de atracciones), pero huelga decir que siempre habrá gente que nunca demandará
este sustituto del dinero por su valor nominal, sino por su valor de mercado
(gente que no usa estos tokens dentro del recinto ferial, sino fuera de él). La
presunción que aquí se hace es que todo el mundo debe querer de saldar sus
cuentas con el Estado, y eso no es correcto.
Para empezar hay gente que ni paga impuestos; luego ocurre que ese
pretendido derecho que el Estado se abriga en lo relativo al monopolio que
ejerce sobre la emisión de moneda es más que cuestionable. Si yo te prohíbo
salir de casa con tu 9 milímetros parabelum sin poseer previamente una de mis
tarjetas de visita, yo no te estaría simplemente vendiendo un billete para que uses
mis servicios (tal y como hacen las empresas de metro o el parque de
atracciones), sino impidiéndote usar lo que te es propio a través de una
normativa. El dinero se puede entender como un medio de intercambio que posee
un valor de mercado, o como un instrumento que tiene un valor
"nominal" y que puede ser usado para lograr objetivos políticos.
Por otro lado,
aunque el Estado emita su deuda en términos nominales, la verdad del asunto es
que los impuestos se pagan como una proporción relativa de los ingresos.
Supongamos para ilustrar este caso que el Estado pone en circulación un total
de 100.000.- partiendo de cero y que esta cantidad representa el total de la
masa monetaria. Si la tasa de impuestos se situara al 10%, por ejemplo, el
Estado habría de esperar recaudar 10.000.- euros (pues 100.000/100x10 =10.000.-),
pero esta regla se nos presenta en una curva o función decreciente. Siempre y
cuando el Estado no imponga una tasa nominal (digamos que todo el mundo deba
pagar 5.000.- en impuestos de forma independiente a lo que se produzca),
siempre será posible darle un 10% de eso que se ingrese en un proceso muy
parecido al del multiplicador del dinero, pero a la inversa. Como
100.000-10.000=90.000, en la siguiente ronda de impuestos, tras la primera, la
sociedad civil sólo le deberá al Estado
9.000.- euros, pues 90.000/100x10=9.000, y así sucesivamente, es decir,
8.100.-, 7.290.-, etc.). Aquí todavía sigue siendo cierto que sin la puesta de
los 100.000.- euros iniciales, nadie podría pagar impuestos, pero de ahí no se
justifica que el Estado deba querer seguir gastando para que todo el mundo
pueda cubrir sus deudas con el mismo. A no ser que se crea aquí que en este
proceso deflacionario los precios no se ajustarían a la baja, no hay ninguna
razón para pensar que sin un aumento en forma de inyecciones de la masa
monetaria, habría gente en la sociedad civil que no podría pagar impuestos.
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