El Austroliberal, Birmingham 4 de Junio de 2014,
entrevista a Hanns-Hermman Hoppe, traducción de Jorge A. Soler Sanz.
El 24 y 25 de Mayo, Hans-Hermman Hoppe, profesor de
economía en la Universidad de Nevada, Las Vegas, y miembro distinguido del
Instituto Mises de Alabama, Auburn, visitó Antwerp, lugar éste donde dio una
conferencia sobre el valor económico que aportan los pequeños estados.
Usted tiene
bastante simpatía por los movimientos secesionistas que se dan por todo el
mundo. ¿Por qué?
De acuerdo con la postura de lo políticamente
correcto, una integración política mayor es algo bueno, mientras que la
desintegración y la secesión es algo malo. Se dice, por ejemplo a través de los
burócratas de la Unión Europea que se encuentran en Bruselas, que la
prosperidad económica ha aumentado dramáticamente a partir de la unificación
política. En realidad, sin embargo, la integración política (centralización) y
la integración económica (mercado) constituyen dos fenómenos
totalmente distintos. La integración política implica la expansión de los poderes
impositivos y regulación del Estado. La integración económica constituye la
extensión de la división del trabajo, las relaciones interpersonales y la
participación de mercado. En general, cuanto más pequeño sea un país y sus
mercados internos, tanto más probable será que éste apruebe un sistema de libre
empresa.
Creo que un mundo que consista en varios miles de
países, regiones dadas y cantones integrado por cientos de ciudades libres e
independientes, tal y como ocurre con lugares tan fuera de lo común como
Mónaco, Andorra, San Marino, Liechtenstein, Hong Kong y Singapur, representaría
un mundo de prosperidad económica y avance cultural sin parangón.
Uno de los
países más prósperos económicamente hablando son los Estados Unidos
de América, que es un gran país.
Si, de hecho no existe una relación directa entre
el tamaño territorial y la prosperidad económica. Tanto Suiza como Albania son
países pequeños, mientras que los EEUU y la antigua Unión Soviética son más bien grandes. Sin embargo, existe una relación indirecta e importante a destacar. La pequeñez contribuye a la moderación. En principio, todos los gobiernos son
contra-productivos a la hora de cobrar impuestos y regular la propiedad privada de sus propietarios
y esos que reciben ingresos de mercado. Un gobierno pequeño, sin embargo, tiene
muchos vecinos. Si éste tasara y regulara de forma clara más a sus propios
ciudadanos que el resto de gobiernos vecinos, la gente acabará votando con los
pies yéndose a otro sitio: ésta acabará trabajando y viviendo en otro lugar. Y
para eso no hará falta que se vayan muy lejos.
Esta es la
situación que tuvimos con la Europa Medieval cuando los Países Bajos, de los
cuales Flandes formaba parte, constituían una confederación de varias
provincias independientes.
Claro que si, y esto explica por qué la Flandes
medieval era tan próspera. De forma contraria a lo que postula la ortodoxia
política de los eurócratas de hoy día, fue precisamente el hecho de que Europa
poseyera un poder tan descentralizado a partir de varias unidades políticas
independientes lo que explica el origen del capitalismo (la expansión de la
participación de mercado y el crecimiento económico) en el mundo moderno. El
hecho de que la libertad y la prosperidad floreciera primero bajo estas
condiciones de descentralización política no constituye ninguna sorpresa: las
ciudades-estado del norte de Italia, el sur de Alemania y los Países Bajos
secesionistas.
Normalmente se asume que una unidad política grande
(en en última instancia, un único gobierno mundial) implica un mayor mercado y salud
económica. Cuanto más grande sea el territorio tanto menor será el
incentivo del gobierno para querer seguir con su liberalismo doméstico, pues ello reduce la capacidad del individuo de votar con los pies. A lo largo y
ancho del período de unificación europea y mundial hemos sido testigos de un
crecimiento constante y alarmante del poder expropiatorio del gobierno a través
de los impuestos y la regulación del mercado. A la luz de la teoría económica,
social e histórica es posible realizar una defensa a favor de la secesión.
En Bélgica hemos
sido testigos de cómo durante los 175 años de la existencia del país las
tensiones entre flamencos y valones han ido creciendo. Lo que solía constituir
un conflicto lingüístico y cultural se ha vuelto ahora un conflicto
socio-económico también.
Y eso es
algo de lo más natural. La integración forzada siempre crea tensiones, odios y
conflictos. Cuando se está en desacuerdo, la separación voluntaria lleva a la
paz y la armonía. A través de la secesión las relaciones domésticas hegemónicas
son reemplazadas por relaciones contractuales entre países que son mutuamente
beneficiosas. En lugar de promover una nivelación de las distintas culturas
hacia abajo, la secesión estimula un proceso cooperativo de selección cultural
y avance. Esta es una lección de lo más importante, no sólo para Flandes y
Europa, sino para todo el mundo.
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